El municipio de Libertador San Martín y yo cumplimos años con un día de diferencia y una década de ventaja a mi favor.Al día siguiente en que mi ciudad cumpla los 40, yo alcanzaré medio siglo. Y, aunque suelo hacer chistes sobre la factura que el paso de los años imprimen a los huesos, me siento feliz y agradecido a Dios por todo lo vivido y por los desafíos que surgen por delante.
En general en estas fechas uno tiende al
recuerdo. Como si fuera la lectura de la bitácora de vida, aunque mas no sea un
repaso mental, se van iluminando hitos y sucesos significativos, mientras que
otros, aunque sabemos que merodean en la espesura de los años transcurridos,
nos cuesta descolgarlos.
Trato de transmitir a mis hijos y alumnos el
mundo que me tocó vivir antes que ellos existieran: las escuelita rural con dos
o tres grados por aula, el cuaderno, el lápiz y la goma de borrar (porque el
sacapuntas lo ponía la maestra), la primera vez que anduve en bicicleta o
escuché la voz de otra persona en el teléfono, cuando las llamadas se hacían
por operadora, girando una manivela al costado de un vetusto aparato negro.
Me acuerdo que a partir de las diez de la noche
se cortaba la luz. Avisaban unos minutos antes con un parpadeo y luego el
indefectible corte, abrupto, intimidante. De repente las tinieblas se adueñaban
de la noche. El silencio parecía cortarse con un cuchillo, hasta que los noctámbulos
sonidos se imponían. Pocas veces presenciaba esta especie de eclipse
caprichoso. Entre semana a esa hora dormíamos. Aunque me parece evocar silbidos
y quejas, especialmente los fines de semana cuando el corte se hacía a la
medianoche.
¿Cómo le explico a mis hijos el crepitar de la
radio de onda corta mientras escuchábamos las noticias por radio Transmundial?
¿O la televisión en blanco y negro, orientando la antena para mejorar la
nitidez o evitar que la mala señal provocara una “nevada” permanente y virtual?
¿O las radionovelas que se escuchaban clandestinamente en la obligada pausa de
la siesta? Mis hijos no entienden que mi primer computador tenía menos memoria
que el chip de un teléfono celular
Pero lo que más me cuesta describir es el
correo postal. ¿Cómo transmitir el
placer que sentía al escribir una carta? Primero, según el destinatario, se
elegía cuidadosamente el papel, la birome y el sobre. Luego había que ir al
correo y comprar las estampillas correspondientes y esperar el avance de la
cola para el sellado y el avance del tiempo para la respuesta. Pero la emoción era
indescriptible cuando recibía una carta perfumada o con una marca especial
anticipando el contenido.
Hoy, mientras miraba en el polideportivo el
repaso histórico del edificio municipal, sentí cierta nostalgia. Traté de
Imaginar ese tiempo, la gente, la vida y la forma en que se construyó toda la
historia. Si bien la película recordaba a una familia, pensé en los demás. En
los que se perdieron en la historia. Los que tienen borrados sus nombres en las
cruces del camposanto. Los valientes anónimos que cobijaron nuestra cultura
foránea.
Es que la libertad que gozamos se concibió
desde el cultivo de la tolerancia de quienes permitieron su arraigo. En este
cumpleaños de mi querida ciudad, no nos olvidemos de ellos y hagamos honor a su
memoria fomentando entre nosotros el respeto, la comprensión y la diversidad
que nutren a los pueblos nobles.
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