sábado, 28 de abril de 2012

No te salves

Para matizar un poco con algunos de mis poemas preferidos... ahi va uno de Mario Benedetti. El primer libro suyo que lei se llamaba "Primavera con una esquina rota" y aun recuerdo alguno de sus cuentos... Este poema no es de ahi, pero me encanta.


NO TE SALVES

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma

no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios

no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana

y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

Mario Benedetti - escritor uruguayo

Pobreza a los diez años


Toda mi angustia tuvo la forma de un zapato.
de un zapatito roto, opaco, desclavado.
El patio de la escuela... Apenas tercer grado...
Qué largo fue el recreo, el más largo el año.
Yo sentía vergüenza de mostrar mi pobreza.
Hubiera preferido tener rotas las piernas
y entero mi calzado. Y allí contra una puerta
recostada, mirando, me invadía el cansancio
de ver cómo corrían los otros por el patio.

Zapatos con cordones, zapatos con tirillas,
todos zapatos sanos. Me sentía en pecado
vencida y diminuta, mi corazón sangrando...
Si supieran los hombres cuánto a los diez años
puede sufrir un niño por no tener zapatos...
Que anticipo de angustia. Todavía perdura
doliéndome el pasado. El patio de la escuela
y aquel recreo largo...

Mi piecesito trémulo, miedoso, acurrucado.
Mi infancia entristecida, mi mundo derrumbado.
Un pájaro sin alas, tendido al pie de un árbol.
La pobreza no tiene perdón a los diez años.

Matilde Alba Swann. Poetisa Argentina

domingo, 15 de abril de 2012

Sobre ruedas


En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado; oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días. Enrique Sealtiel Alatriste

El texto escueto inducía a una compra inmediata alegando la oportunidad que el precio sugería. Algo así como que era una súper oferta y en la foto, los patines.
Había sido el sueño de toda su infancia. Era pequeña para reclamar aquello que a los mayores les parecía un capricho más. Los había visto patinar en el polideportivo municipal y decidió su futuro en un instante, entre la música del vals, los giros de la coreografía, las sedas de los vestidos, las luces y los aplausos.
Los primeros que calzó fueron usados y rústicos; de industria nacional con ruedas de plástico, que perdían la adherencia y el control apenas se alisaba el suelo. Pero ni los golpes, los moretones o las rodillas peladas, cuyas costras se pegaban a las medias como abrojos, lograron suprimir su anhelo. A medida que aparecieron las destrezas y las presentaciones la necesidad imponía cambiar los patines.  La ayuda vino de tíos y abuelos, mas determinados por las caídas y lesiones que por la pasión que el deporte generaba en ellos.
El tiempo y las hormonas contribuyeron a modelar su cuerpo desgarbado. Los movimientos adquirieron una gracia sensual que encantaba al público y destrozaba corazones no correspondidos. Cada vez que salía a la pista hechizaba su figura, iluminada por la luz de sus ojos celestes que se volvía radiante con cada destreza perfecta. Contraste notorio en ese preciso y fugaz momento en el cual, por el desafío de la gravedad o la acrobacia imposible, la gente suspendía la respiración y  apagaba las voces.
Supo también que quería ser bailarina, que podía tocar el cielo en el escenario y sugerir que se detenía el tiempo en un salto. Empezó a tocar el cielo con los dedos al ver concretarse su sueño.
Fue en primavera, cuando reverdecen las ramas y se satura la mañana de luces y aromas, que apareció. Cortés, impecable en sus modales, persistente. Conquistó su corazón con el tiempo que tardan en madurar los duraznos. La llenó de promesas y de sueños. Proyectó recorrer, con ella, el mundo y sus alrededores. Eligieron juntos los patines nuevos, las alianzas, las sábanas, la cuna del bebé, en ese estricto e impecable orden.
Entre las promesas se colaron las prohibiciones, primero por la salud, luego por el bebé y al fin porque ya amenazaba el hambre y se borraba el futuro.
-“Cuando salgamos de esta, te juro que volvés al escenario”
Las sábanas empezaron a disimular remiendos. La vida se habría con desgarros que no podía parchar la esperanza. No cerraba sus ojos a la hora del amor, porque daba lo mismo si no había luz por dentro.
No salieron. Ella consiguió un trabajo fijo, regular, estático. Soñaba con saltos en el aire y se despertaba cayendo en espiral. 
Una tarde en el canal cultural pasaban la gala de ballet del teatro nacional, en el otro veintidós idiotas detrás de una pelota. Ni siquiera reaccionó cuando la música pasó a ser el grito de la hinchada, ante el histérico teclear de los botones. Hacía tiempo que no tenía el control y solo le queda planchar esa camisa para que parezca cortés, impecable en sus modales, persistente…
Pero era lo que tenia, el dulce engaño de las promesas imposibles. Si lo perdía, se quedaba sola.
No necesitó pensarlo más. Escribió el anuncio con la mirada fría, lejana. Por última vez se calzó los patines.  Todo en aquel pequeño patio de baldosas estaba impregnado de otoño. Mientras las hojas caían, sintió vértigo.  Por primera vez se sostuvo para no caer.