lunes, 28 de noviembre de 2011

Ser


“El ser humano tiene el derecho y el deber de desarrollarse moral e intelectualmente hasta convertirse en un ser en quien la felicidad y la virtud sean la misma cosa” Guisan

Joseph Rudyard Kipling , escritor y poeta británico nació en Bombay el 30 de diciembre de 1865  y falleció en Londres el 18 de enero de 1936. Autor de relatos, cuentos infantiles, novelista y poeta, se le recuerda por sus relatos y poemas sobre los soldados británicos en la India y la defensa del imperialismo occidental, así como por sus cuentos infantiles.

Entre sus obras más populares figura la colección de relatos El libro de la selva (1894), obra que fue llevada al cine en múltiples versiones. Respetado como poeta, recibió el Premio Nobel de Literatura de 1907. Es, hasta la fecha, el ganador más joven y el primer escritor británico en recibirlo.

Cuando leí por primera vez su poema “Si” (If) quedé impresionado por sus palabras; puntualmente en la valoración que concede al tiempo. En forma condicional hace referencia a las características que deben tener un hombre o mujer de bien. Recalca la necesidad de vivir cada segundo como si fuera el último de nuestra vida. Exige construir la realidad sobre bases sólidas, evitando los desvaríos de los sueños o la mentira hipócrita. También establece implícitamente la necesidad de concedernos espacios para la reflexión, un tiempo para ver hacia dónde vamos, pero fundamentalmente recordar de dónde venimos. Tengo la sensación que uno de los males de la humanidad es perder el sentido histórico, olvidar el pasado y a quienes lo construyeron.

Deseo compartir con ustedes sus palabras en una de las traducciones que más me gusta.

Si

Si puedes mantener la cabeza sobre los hombros
cuando otros la pierden y te cargan su culpa,
Si confías en ti mismo aún cuando todos de ti dudan,
pero aún así tomas en cuenta sus dudas;
 
Si puedes esperar sin que te canse la espera,
o soportar calumnias sin pagar con la misma moneda,
o ser odiado sin dar cabida al odio,
y ni ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad:
 
Si puedes soñar y no hacer de tus sueños tu guía;
Si puedes pensar sin hacer de tus pensamientos tu meta;
Si Triunfo y Derrota se cruzan en tu camino
y tratas de igual manera a ambos impostores,
 
Si puedes tolerar que los bribones,
tergiversen la verdad que has expresado
y que sea trampa de necios en boca de malvados,
o ver en ruinas la obra de tu vida,
y agacharte a forjarla con útiles mellados:

Si puedes hacer un montón con todas tus victorias
Si puedes arrojarlas al capricho del azar,
y perder, y remontarte de nuevo a tus comienzos
sin que salga de tus labios una queja;
 
Si logras que tus nervios y el corazón sean tu fiel compañero
y resistir aunque tus fuerzas se vean menguadas
con la única ayuda de la voluntad que dice: “¡Adelante!”

Si ante la multitud das a la virtud abrigo,
Si aún marchando con reyes guardas tu sencillez,
Si no pueden herirte ni amigos ni enemigos,
Si todos te reclaman y ninguno te precisa;
 
Si puedes rellenar un implacable minuto
con sesenta segundos de combate bravío,
tuya es la Tierra y sus codiciados frutos,
 
Y, lo que es más..
¡Serás un Hombre, hijo mío!

lunes, 21 de noviembre de 2011

Expolio


Las guerras han sido y son un problema endémico ligado a la historia de la humanidad, además de ser los mayores aliados de la destrucción y el saqueo del patrimonio cultural. Frecuentemente el objetivo perseguido con la destrucción de esos bienes culturales es la aniquilación de la cultura del enemigo, y por ello, a menudo, los actos de saqueo suelen dirigirse contra aquellos sitios que funcionan como símbolos culturales, o aquellos que encarnan la identidad nacional, como museos, archivos, iglesias, bibliotecas, etc. (Sarriegui).

Ya sea por cuestiones filosóficas y estratégicas o, principalmente, por avaricia, Hitler y sus generales se adueñaron de todas las obras de arte que pudieron robar a los museos y personas de los países dominados. Lamentablemente gran parte del patrimonio artístico y cultural fue destruido por ser considerado contrario al sistema o por pertenecer a la clasificación de “Arte degenerado”, es decir un arte que no reflejaba la perfección ideológica nazi.

Ante el avance aliado, todo el botín de guerra fue oculto a 800 metros de profundidad en una mina de potasio cercana al poblado de Merkers, al suroeste de Berlín. La mina conocida como Kaiseroda contaba con 50 km de túneles y cinco entradas.

Fue detectada en 1945 por soldados norteamericanos que escucharon rumores sobre el tesoro oculto. En 48 horas dos oficiales del ejército americano verificaron lo que probablemente sería el depósito más rico del momento. En sus túneles y cuevas hallaron dinero, 8.527 lingotes de oro, monedas de oro,  diamantes, perlas y otras piedras preciosas y coronas dentales de oro robadas a las víctimas de los campos de concentración. El Dr. Fung, entonces presidente del Reichsbank había escondido allí el 90% de las reservas del régimen Nazi. Además el lugar resultó ser uno de los más grandes depósitos de obras de arte, incluyendo pinturas e importantes libros.

Inmediatamente se convocó a la Unidad de investigación del saqueo de la OSS (Office of Strategic Services). Constaba de tres oficiales que poseían conocimientos de historia del arte: James Plaut, Theodore Rousseau y Lane Faison quienes realizaron un inventario completo del saqueo.

El gobierno de EEUU decidió tomar ese tesoro en concepto de “compensación” por la guerra. Los oficiales que estaban haciendo el inventario reaccionaron y sugirieron que las obras de arte pertenecían a sus legítimos dueños y que confiscarlos era repetir el saqueo Nazi. Pese a esta oposición, las obras de arte fueron llevadas a EEEUU. Llamativamente, también el pueblo americano reaccionó reconociendo este hecho como ilegal, presionando al gobierno para que las restituya. Luego de exponerlas al público para mostrar el crimen cultural del Nazismo, fueron devueltas a Alemania. Hasta la fecha se sigue buscando a los dueños o herederos de muchas de ellas.

Cuando priman nuestros mezquinos objetivos, tenemos conductas similares. Si el precio conviene, no solemos verificar el origen del producto o la legalidad del procedimiento. Surgen así “las buenas causas” para justificar conductas inmorales, como el contrabando, la evasión impositiva, el acomodo, los contratos laborales irregulares y abusivos. El expolio arrebata hasta el buen nombre de las personas si priman los intereses políticos, sociales o religiosos. Lo trágico es que, con el tiempo, dejamos de considerar la ilegalidad del hecho para reclamarlo como un derecho que se sustenta en la conducta de la mayoría.

Cuando el fin justifica los medios, desaparecen los escrúpulos y la moral, se desvanecen los límites entre el criminal y el santo, entre el benefactor y el ladrón.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Interferencias


Recibí hace unos días por mail este mensaje de autor anónimo. Me parece interesante compartirlo pues coincido plenamente con su contenido.
Apareció en internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos, les decomisan a los clientes sus teléfonos celulares. Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los "ring tones" interrumpan o los comensales den vueltas como gatos, entre las mesas, mientras hablan a gritos con sus celulares. La noticia me produjo envidia de la buena. 

Personalmente, ya no recuerdo lo que es sostener una conversación de corrido, larga y profunda, bebiendo café o chocolate, sin que mi interlocutor me deje con la palabra en la boca, porque suena su celular. En ocasiones es peor. Hace poco estaba en una reunión de trabajo, que simplemente se disolvió porque tres de las cinco personas que estábamos en la mesa empezaron a atender sus llamadas urgentes por celular. Era un caos espantoso de conversaciones al mismo tiempo.

Gracias al celular, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado. El teléfono se ha convertido en un verdadero intruso. Cada vez es peor. Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar. Ahora se ha perdido el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar mismo en que se encuentra.

La batalla, por ejemplo, contra los conductores que manejan con una mano, mientras la otra, además de sus ojos y su cerebro se concentran en contestar el celular, parece perdida. Aunque la gente piensa que puede hablar o escribir al tiempo que se conduce, hay que estar en un accidente causado por un adicto al teléfono para darse cuenta de que no es así.

No niego las ventajas enormes con la comunicación por celular. La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores antes al margen de la telefonía. Pero me preocupa que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca.

Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Preferimos perder  el DNI que el móvil, pues con frecuencia, funciona más que nuestra propia memoria. El celular más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y éste no suena. Por eso quizá algunos nunca lo apagan.

Es algo que por más que intento, no puedo entender. También puedo percibir la sensación de desamparo que se produce en muchas personas cuando las azafatas dicen en el avión que está a punto de despegar que es hora de  apagar los celulares. También he sido testigo de la inquietud que se desata cuando suena uno de los timbres más populares y todos en acto reflejo nos llevamos la mano al bolsillo o la cartera, buscando el propio aparato.

Como autómatas a intervalos regulares revisamos el celular por las dudas, por si se nos pasó alguna llamada o mensaje sin leer. Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro, frente a frente. 

Usted y yo sabemos que lo que nos hace humanos no pasa por nuestras creencias, sino por la solidaridad y el respeto al otro.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Malentendido


“El primer paso de la ignorancia es presumir de saber”. Baltasar Gracián

Hace años tuve la oportunidad de conocer Rusia. Fui a visitar a mis padres que trabajaban allí como misioneros.  Pero antes de estar con ellos viajé a Holanda, al congreso mundial de la Iglesia Adventista en Utrech. Volé por Aeroflot desde Buenos Aires a Amsterdan con conexión en Moscú quedando en tránsito 18 horas en un hotel de la empresa.

El aeropuerto Sheremétievo en ese momento era una terminal antigua, suficiente para coordinar los vuelos domésticos, pero obsoleta en relación a las condiciones que exigen los vuelos internacionales. Mi vuelo desde Bs. As llego un par de horas antes. Los encargados de los pasajeros en tránsito no estaban aún en la terminal, así que seguimos las instrucciones de  migraciones. Ninguna de las autoridades presentes del  aeropuerto hablaba otro idioma que no fuera ruso. Entre señas y empujones, los agentes me fueron acomodando en una de las filas para ingresar. Al llegar a la ventanilla me recibió una mujer que, luego de algunas palabras en ruso, me pidió la visa, que era un documento aparte del pasaporte. Como pasajero en tránsito, yo sabía que mi visa no debía ser sellada. En inglés le indique a la agente de migraciones mi situación. Le mostré el pasaje con conexión a Ámsterdam al día siguiente. Sin prestar mucha atención, y demostrando en su mirada que sabía lo que hacía, tomó el papel de mi visa, lo selló y me dijo que pasara.

Como mis padres vivían en Moscú y al día siguiente tomábamos el mismo vuelo a Holanda, la empresa me había concedido una autorización especial para pasar la noche en la casa de ellos. Cuando salgo a la sala de arribos y luego de los saludos efusivos que imponían el tiempo y la distancia, les conté la experiencia. Aclaro que toda la información de la visa y demás estaba en ruso, idioma que no entiendo, ni leo. Mi padre al leer los papeles se da cuenta que habían sellado la visa de ingreso a Moscú, por lo tanto si al día siguiente salía a Holanda la perdía. Conseguir una visa de ingreso era costoso y demoraba un mes.

Inmediatamente procuramos hablar con el encargado de migraciones. Se estaba retirando. Mi padre le explicó la situación y, aunque yo no entendía nada, vi la cara de preocupación en los ojos de ambos. El jefe me llevó a la sala de ingreso solo con mis maletas. Identificó a la agente que firmó mi visa, conversaron unas palabras, me devolvieron la visa y, por señas, la mujer me pidió que la siguiera en silencio. Ingresamos sigilosamente a un pasillo alumbrado por los destellos de un fluorescente defectuoso. Si nos encontraba la policía militar del aeropuerto, ambos seríamos arrestados. Luego de lo que me pareció una eternidad, me dejó en una sala del aeropuerto para pasajeros en tránsito. Por señas me indicó que a las 6 AM podía salir por una puerta y buscar el embarque a Holanda. La impericia de esta mujer pudo haberme generado un gran problema.

Hace poco recordé esta anécdota cuando me puse a reflexionar sobre los errores que pueden generar las personas con autoridad que no se adaptan a los tiempos que corren o que, ante la duda, no se asesoran con los que saben. Porque últimamente escuché a algunos decir que saben lo que hay que hacer, tan solo porque lo hicieron antes. A las pruebas me remito.