lunes, 28 de febrero de 2011

Hacer lo que me gusta

El titulo sugiere un argumento de adolescentes y algún lector estará levantando una ceja para ver como seguimos. Por cierto vivimos en una sociedad bipolar: la imagen pública, determinada por nuestras ideas y actitudes, frecuentemente está en conflicto con nuestros gustos, opiniones personales y conductas en ambientes más íntimos, en los que nos sentimos menos expuestos. Así, la necesaria crítica constructiva y la disensión responsable e inteligente quedan relegadas para convertirse en quejas habituales en ronda de amigos o simplemente proscriptas bajo amenaza.

Cuando cursábamos el último año del secundario el profesor de psicología nos dejó algunos consejos que demostraron su sabiduría. En casi todas sus clases nos recalcaba la necesidad de tener claridad mental y de voluntad a la hora de elegir aquello que nos acompañaría toda la vida. Dividía la elección en tres componentes: religión, pareja y trabajo. En relación a este último nos decía claramente que podría transformarse en un tormento tener que hacer todos los días aquello que nos disgusta profundamente. Aseguraba que el desgaste mental y físico terminaría arruinando nuestra existencia; destruyendo cualquier intento de ser felices. El examen final de la materia consistió en repetir una poesía. Nos dijo que nunca la olvidaríamos. En ese momento no nos animamos a contradecirlo porque sabíamos que las consecuencias eran funestas, pero admito que el tiempo le dio la razón.

Charles Chaplin dijo: “La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento, antes de que el telón baje y la obra termine sin aplausos.” Epicuro decía que es más fácil rondar por los bordes de la felicidad e incursionar en sus tesoros si se logran satisfacer las necesidades naturales. Sin embargo la sociedad, los gobiernos y la religión, en muchos casos, se encargaron de acotarlas; de establecer no solamente la forma de ser felices, sino también subvertir el sentido natural de las necesidades humanas y proscribir los deseos y los gustos. Sin ir muy lejos, Lutero decía que el peor adorno que una mujer puede anhelar es ser sabia. En el otro extremo se encuentra la costumbre, cada vez más generalizada, de procurar que el goce gane terreno sobre el placer, concepto que Marcos Aguinis desarrolla en su libro “El elogio del placer”. La satisfacción inmediata, espuria y sin contenido parece constituir la búsqueda universal, como lo fue la piedra filosofal para los que querían convertir los guijarros en oro.

Hacer lo que nos gusta requiere un encuentro personal y continuo con nosotros mismos y la Fuente de nuestra esencia. Se enmarca en el respeto al otro y en el enriquecimiento de la conciencia como juez. La poesía Conciencia, de Núñez de Arce, que nos legó el profesor reza así:

Conciencia nunca dormida,
mudo y pertinaz testigo,
¡que no dejas sin castigo
ningún crimen en la vida!
La ley calla, el mundo olvida;
más ¿quién sacude tu yugo?
Al Sumo Hacedor le plugo
que, a solas con el pecado,
fueses tú para el culpado
delator, juez y verdugo.

Sin una conciencia lúcida existe el riesgo de confundir las necesidades. Según Aguinis “las masas, pasaron a convertirse en un colectivo que cancela la individualidad, que achicharra el pensamiento crítico y ahoga la razón en el océano de una emotividad primitiva y anónima.”

El hacer lo que nos gusta exige estar alertas para evadir los sucedáneos.

sábado, 26 de febrero de 2011

Que parezca un accidente

“El mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que no matan pero dejan matar” José Ortega y Gasset

Hace un año seguíamos la noticia de la agresión que le costara la vida a Wanda Tadei. La justicia demoró bastante en demostrar que no había sido un accidente. A partir de esa fecha pareciera que la modalidad delictiva de prender fuego a la pareja ante una discusión o desavenencia se dispersara como un incendio sin control. Hace unos días en San Justo, Bs. As., otro marido celoso quemó a su esposa envuelta en un colchón cuando llegó a su casa y la encontró conversando con un hombre.

Hay evidencia que sugiere que la difusión de actos de violencia por los medios de comunicación incitarían a personas con tendencias violentas a copiar la forma de agresión, multiplicando así la modalidad delictiva.

Hubo una época en que quemar vivos en la hoguera era la forma de desterrar la herejía. Lamentablemente muchas eran principios científicos, verdades que la ciencia demostró pocos años después. Así Calvino hizo quemar a Miguel Servet en la hoguera cuando este último estaba a punto de descubrir la circulación de la sangre, y lo mantuvo quemándose vivo durante dos horas. La Inquisición llenó de piras Europa y América. Uno de los incinerados fue Giordano Bruno por su vigoroso llamado a la razón y la lógica, en contra del dogmatismo religioso, como base para determinar la verdad. Escribió en uno de sus últimos trabajos: “Aquel que desee filosofar, antes que nada debe dudar de todas las cosas. No debe jamás asumir una posición en una discusión antes de haber escuchado varias opiniones, y considerado y comparado las razones en pro y en contra. No debe nunca juzgar o tomar una posición basada en la evidencia de lo que ha oído, o en la opinión de la mayoría, la edad, los méritos, o prestigio del orador, pero sí debe proceder según la persuasión de una doctrina orgánica que esté adherida a las cosas verdaderas, y a una verdad que se pueda entender por la luz de la razón”

Interesante postura. Riesgosa en aquella época y olvidada en la nuestra, donde tendemos a dogmatizar, comunicar o simplemente juzgar basados en argumentos y opiniones inconsistentes; en la mayoría de los casos usando como referencia la imagen distorsionada de la verdad que proyectan los medios sensacionalistas, la internet inescrupulosa o los mas chismosos del barrio.

El código penal argentino advierte sobre los “delitos contra el honor” incluyendo la calumnia y la injuria. El artículo 110 dice: “El que deshonrare o desacreditare a otro, será reprimido con multa de $ 1.500 a $ 90.000 o prisión de un mes a un año.”

No hace falta utilizar combustibles ni encendedores a la hora de incinerar al prójimo, de marcarlo con cicatrices y deformidades que pueden acompañarlo toda la vida. El mandamiento que prohíbe robar incluye el buen nombre y la dignidad como bienes pasibles de hurto; quienes dicen no matar pueden asesinar despellejando al semejante con el filo de su lengua. Como decía Voltaire, si uno no tiene las virtudes de su edad, de seguro posee todos sus vicios.

Tenga en cuenta que es más fácil dejar el fósforo en la caja que apagar un incendio, sea de llamas o de calumnias.

domingo, 20 de febrero de 2011

Etica y Gobierno

Leí hace unas horas un artículo del Daily Bell. Se trata de una entrevista a Richard Maybury, quien es el ex editor de Asuntos Globales de Moneyworld, una de las empresas analista de la economía en Estados Unidos más respetadas. Actualmente es consultor de numerosas empresas de inversión en los EE.UU. y Europa y es editor del boletín, Richard Maybury's U.S. & World Early Warning Report For Investors.
En un pasaje del reportaje se le preguntó acerca de lo que él consideraba el peor problema que está sufriendo Estados Unidos. Maybury contestó: “Creo que la [falta de] ética. La población en las escuelas que están bajo el control de las agencias de gobierno ha aumentado y se les ha enseñado que el gobierno no tiene por qué obedecer a los principios éticos, tales como, ‘No robarás’. Así se ha convertido en parte de la cultura americana. Yo no veo ninguna solución a largo plazo para Estados Unidos o cualquier parte del resto del mundo hasta que se empiece a aceptar el hecho de que el gobierno tiene que ser ético, al igual que los individuos.”

Asombroso comentario desde la perspectiva de un economista. “Hecha la ley, hecha la trampa”, reza un refrán popular que parece salir desde las propias estructuras del pensamiento, más que desde la mera repetición de palabras. La trampa, la mentira, la desinformación y la especulación, cuando vienen desde los gobiernos, conforman una actitud que pareciera superar cualquier forma de evaluación moral, como si esas actitudes estuviesen excluidas del juicio ético; como si fueran parte de las reglas del juego en esta especie de “partida de truco” político y social, que, para colmo de males, se juega con cartas marcadas.

Kevin Kelly, fundador y director de la revista Wired especializada en tendencias tecnológicas, dijo en una entrevista publicada por Edge.org que “se ha producido el sorprendente descubrimiento hace 50 años, que la esencia de la vida no fue la energía, que tampoco lo fue el carbono, pero que, en efecto, estaba en la información.”

En el caso de la biología, donde la información se transmite a través de los genes, un error en la transferencia de los datos puede producir aberraciones, malformaciones y trastornos que pueden ser incompatibles con la vida. En el caso de la información que rige el equilibrio social, la gobernabilidad de los pueblos y las libertades individuales la mentira deliberada o la omisión voluntaria también pueden tener consecuencias desastrosas.

Los gobiernos que se cierran en sí mismos, impermeables a la opinión colectiva o individual, renuentes a la crítica y escurridizos a la hora permitir el acceso a la gestión de gobierno o de cumplir con las demandas sociales, se amparan en una ética propia a la que tratan de dar forma a costa de deformar la realidad y tergiversar la información. Eso no es ética, se denomina autocracia u oligarquía, aunque el sistema de gobierno se oculte detrás de títulos y siglas que traten de demostrar lo contrario. Lo más perverso de esta cuestión es que desde su posición de privilegio creen, cándidamente, que están haciendo lo correcto. Y si usted, amable lector quiere comprobarlo, lo invito a sentarse frente a un semáforo inteligente, contar la cantidad de infracciones por hora, averiguar cuánto costó cada aparato inútil y qué precio tiene una ambulancia en buenas condiciones. Le aseguro que puede llegar a sorprenderse.

lunes, 7 de febrero de 2011

Lo irremediable

“El peligro no es que el alma dude de si hay o no pan, sino que se deje persuadir por la mentira de que no tiene hambre” Simone Weil

Confieso que el tema del dolor y del sufrimiento, tan relacionados con mi profesión, me supera. Pese a los años que tengo como pediatra no puedo conciliar el sufrimiento, el dolor, la tragedia, el desamparo, ni la angustia que acompañan al ser humano. Como escribe Weil en “A la espera de Dios”, “en el ámbito del sufrimiento, la desdicha es algo aparte, específico, irreductible; algo muy distinto al simple sufrimiento. Se adueña del alma y la marca, hasta el fondo, con una marca que solo a ella pertenece, la marca de la esclavitud.”
Como un grito que surge desde lo profundo del dolor Job decía: “se ríe de la desdicha de los inocentes”. Es cierto que, al final de su historia, fue recompensado recuperando su pérdida material y multiplicada su descendencia. Sin embargo nada le devolvió la risa de sus hijos muertos, ni los recuerdos que fue borrando el tiempo.

“La belleza del mundo no es un atributo de la materia en sí misma. Es una relación del mundo con nuestra sensibilidad” escribe acertadamente Weil. De alguna manera este móvil poderoso lleva naturalmente a una condición de bienestar, de disfrute y, aún, de religiosidad. Es natural sentirse bien cuando las cosas van bien. Bajo ciertas circunstancias la mente humana tiende a comprender y aceptar mejor ciertas tragedias, como describe Pepe Rodríguez en “Morir es nada”. Hay una tendencia en aceptar con mayor resignación una muerte que ocurre por un accidente automovilístico, que aquella que acontece tras un prolongado período de enfermedad; aceptamos con resignación y cierto alivio la defunción de un anciano, pero nos perturba la de un niño inocente e indefenso.

Lo asombroso de la desdicha, es que tendemos a despreciar a los desdichados. Solemos juzgarlos y suponer que hay una razón punitiva en el sufrimiento, algo así como una inexorable ley de causalidad. Al respecto Santaya escribió: “No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente”.
“Somos producto de una fecha de caducidad inexorable – escribe Savater- cuyo momento exacto desconocemos, aunque podemos sospecharlo en líneas generales: y es precisamente esta intoxicación que compartimos por el veneno de la muerte lo que nos hace especialmente preciosos y delicados unos para otros.” Advierte que “el placer de vivir está en los mortales siempre contaminado por el miedo a la inminencia de la muerte. Y donde prevalece el miedo es difícil que prospere la solidaridad, la compasión y ni siquiera la prudencia bien entendida”.

En una sociedad predominantemente religiosa, huelgan los argumentos teológicos que nos llevan a ver un futuro esperanzador, donde el caos de la incertidumbre no exista más. Cada uno administra el consuelo de acuerdo a sus certezas, inferidas y cultivadas. Por eso quiero reflexionar sobre el rol solidario de los sobrevivientes. A veces el dolor es tanto que solo podemos ofrecer el silencio. Los argumentos carecen de valor cuando la angustia y la desesperación nublan los ojos con lágrimas y llenan el alma de ausencias.

No hay argumento para lo que no tiene explicación, para lo irremediable. Solo nos queda llenar los vacíos con amor, amor que surge desde la compañía serena, la mirada sin sentencia, el abrazo fraterno, la escucha sin conjeturas y las lagrimas compartidas.

jueves, 3 de febrero de 2011

El próximo paso

Nadie duda que la calidad de vida esté directamente relacionada con lo que comemos. La ciencia ha pasado por caminos escabrosos, con marchas y contramarchas hasta marcar una línea más o menos definida de recomendaciones dietéticas básicas para promover la salud. La sustitución de las proteínas animales por las legumbres y oleaginosas que propone la dieta vegetariana, según la evidencia, tendría efectos beneficiosos sobre la longevidad y calidad de vida y una disminución significativa de la incidencia de cáncer y otras enfermedades.
Recuerdo cuando este lugar era habitado por visionarios activos. Cuando la producción frutihortícola era local y los tomates tenían sabor. En esa época las hortalizas venían de la “chacra del colegio”, labrada por gente orgullosa de llevar a la mesa lo que producían sus manos. Eran adelantados. Tal vez no alardeaban que la filosofía se sustenta con conductas coherentes, pero lo demostraban con su trabajo, integridad y paciencia.
Recuerdo hace pocas décadas cuando apareció la soja como promesa para salvar el hambre del mundo y las mesas vegetarianas. Los intereses económicos relacionados con la producción masiva ocultaron el lado siniestro: el impacto negativo en la salud humana y ambiental de los productos transgénicos, agrotóxicos y herbicidas utilizados en su producción. Al respecto las autoridades señalan ingenuamente que ‘en Argentina no existen suficientes datos sobre los efectos del glifosato en la salud humana, por lo cual sería importante promover la realización de los estudios pertinentes.’ Mientras tanto se pulverizan 300 millones de litros por campaña.
Hace poco el científico ruso Alexey V. Surov publicó los resultados de una investigación asombrosa. Eligió cuatro grupos de hamsters y los alimentó sin soja, con soja no transgénica, soja transgénica y dosis extras de soja transgénica respectivamente. Los resultados a dos años mostraron que los roedores alimentados con soja transgénica en alta o baja dosis no podían reproducirse a partir de la tercera generación. En un estudio adicional se verificó la aparición de anomalías físicas, alta mortalidad de crías y retardo de crecimiento. Surov admite que los efectos podrían estar relacionados también con el alto contenido de glifosato (Roundup) y agrotóxicos, pues hay suficiente evidencia que los asocia con malformaciones fetales y enfermedades. El Dr. Alejandro Oliva, Director de Andrología del hospital Italiano de Rosario coordinó un estudio multidisciplinario en toda la cuenca sojera central. Demostró manifiestamente la relación del glifosato y los agrotóxicos con la propagación del cáncer en la región. La frecuencia de determinados tipos de cáncer es varias veces mayor en pequeños poblados del interior sojero que en las grandes ciudades, cuando hasta 1995, era exactamente al revés.
Consciente de los beneficios de la alimentación vegetariana creo que urge promover como alternativa productiva acorde al estilo de vida local, entre otras, la creación de huertas orgánicas y promover y desarrollar, no solo el modelo filosófico, sino los elementos seguros para implementarlo. ¿De qué vale tener una dieta vegetariana si la carga de tóxicos en los alimentos y el medio ambiente significa un riesgo para la salud incluyendo las malformaciones fetales y otras anomalías reproductivas? Podría ser un interesante proyecto económico impulsado por los organismos oficiales.
Un amigo con un agudo sentido del humor me decía: “Al final tienen razón en la Municipalidad al prohibir el consumo de carne en sus instalaciones. Con tanta milanesa de soja es cuestión de esperar tres generaciones”. Admito que no tengo tanta paciencia.