martes, 23 de febrero de 2010

Solidaridad en medicina

“La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.” Albert Einstein

Hace apenas unas semanas me encontraba colaborando con el equipo médico en el Camporí de Conquistadores en Asunción, Paraguay. Antes de proseguir debo destacar la capacidad y dedicación de los dirigentes de los clubes locales quienes, con una gran cuota de sacrificio personal, lograron hacer que este evento sea inolvidable, reduciendo riesgos y evitando posibles tragedias.
Mientras “almorzaba” viendo salir el sol me puse a pensar en esta cuestión de la solidaridad en medicina. El equipo médico estuvo compuesto por medicos y enfermeras voluntarios. Después de que hubiéramos atendido a más del tercio de los asistentes al Camporí (unas 1800 personas), muchos de ellos en estado crítico empecé a hacer números. Antes de comenzar el evento los organizadores consideraron “exagerados” los pedidos de medicamentos e infraestructura. Había que cuidar el presupuesto, dijeron, pensando en que ejercer la medicina, proteger la vida y evitar las secuelas es un acto mágico que no demanda recursos económicos ni humanos. Algunos, incluso, aludieron al “Juramento Hipocrático” demostrando ignorancia en cuanto a su contenido.
Algo así ocurre en esta Colina de la Esperanza. La salud pública local se basa en la labor de médicos que cumplen actividades docentes, escasos médicos que trabajan “ad honorem” (gratuitamente) y estudiantes que no tienen la habilitación legal para trabajar sin la tutela permanente de un medico matriculado. Es que desde el municipio hay una escrupulosa prolijidad para excluir los impuestos y ofrecer otros beneficios a los funcionarios jerárquicos asalariados pese a la mediocre gestión de algunos de ellos, pero no hay siquiera la intención de considerar alguna alternativa similar para los que ejercen el cuidado de la salud de la sociedad en forma gratuita.
La solidaridad en medicina abarca más que al paciente y su necesidad. Interviene en la compleja relación del “aquí y ahora” y del “yo y mis circunstancias”, modificando el medio ambiente, interviniendo en los factores mórbidos, sean estos tangibles o no. Pero, también, excede este núcleo básico para extenderse hacia los colegas y compañeros de trabajo en la tarea de sanar. Por otro lado debe tener una profunda injerencia en las políticas públicas en materia de salud y una mirada crítica e imparcial sobre las gestiones públicas.
La solidaridad se nutre de distintos elementos: La religión y la ética aportan lo que es moral y urgente. La educación responsable incorpora la solidaridad social como una transversal pedagógica. La familia y las circunstancias generan el sustrato elemental, el ejercicio del sentido solidario. Solidaridad en medicina implica ética médica y medicina ética, un análisis agudo y sincero de las demandas sociales y el aporte generoso de soluciones; pero para nada nos exime de exigir un severo control y absoluta intolerancia a los manejos corruptos de la cosa pública que afectan la salud de nuestro pueblo.
Esculapio, en el 500 AC aconsejó a su hijo que quería ser médico con las siguientes palabras: “Tu vida transcurrirá como la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, entre los duelos y la hipocresía que calcula a la cabecera de los agonizantes; la raza humana es un Prometeo desgarrado por los buitres.”

domingo, 21 de febrero de 2010

Una deuda con la historia

El estigma de perder la identidad y tradición que la conectaba a un pasado, no solo condenó a la humanidad a repetir sus errores, sino que llevó a muchas culturas a la extinción. Desde la antigüedad los pueblos se esforzaron por construir sus propias historias invocando dioses fundadores, milagros exclusivos, astros alineados y recuerdos, algunos de ellos dudosamente demostrables, pero todos manteniendo un respetuoso reconocimiento a sus ancestros.
En nuestros días la necesidad de identidad incluye las maravillas naturales o arquitectónicas de cada país. Desde las Cataratas del Iguazú a las Torres Petronas, cada pais busca un icono que lo identifique. La Colina de la Esperanza no es la excepción. Las agujas desplazaron la imagen de identidad que daba el pórtico del Colegio Adventista del Plata (hoy Universidad) perpetuado en miles de fotografías como elemento característico del pueblo. Se entiende que al crecer como población, el pórtico era un tanto arbitrario como icono distintivo. De paso, hablando de historia ¿quién lo diseñó y construyó? Perdonen mi ignorancia.
Esta falta de datos me lleva a considerar una cuestión que me perturba desde hace muchos años: ¿qué hacemos por rescatar la historia viva, esa que deambula con bastones y andadores? Sabemos que dándoles lo estrictamente legal compensamos injustamente el sacrificio de toda una vida. Es que no puedo dejar de pensar que cada piedra fundamental, cada ladrillo de mampostería, cada viga de este pueblo y en especial de sus instituciones insignes se construyeron sobre las espaldas que hoy doblan el esfuerzo, la vida y la desidia.
No pienso en los fundadores que en paz descansan. Pienso en los ancianos que cada tarde cantan desde el olvido “cuando allá se pase lista y mi nombre llamen yo responderé…”, nombres que carecen de significado para la mayoría de nosotros. Me estremecen esas voces cascadas, ajadas por el tiempo, esos ojos cenicientos que proyectan recuerdos nebulosos; las manos temblorosas que curaron generaciones, escribieron pizarrones y corrigieron cuadernos, cuidaron nuestros pasos, construyeron nuestro futuro, fecundaron nuestros sueños y provocaron nuestras rebeldías.
La insensible urgencia del progreso y la amnesia histórica regida por la tiranía de los números hicieron que los nuevos administradores los olvidara. No solo relegaron sus historias a las ceremonias, sino desecharon el modelo que cultivaron, la identidad con la empresa, la pasión por el trabajo, la integridad ante las prioridades, el estoicismo en las resoluciones, la paciencia y tesón en pos del ideal. Por cierto no dudo que hubo renegados, cuyos estilos de vida y despliegues edilicios se exponen casi impúdicamente.
Cuando la vieja campana del la UAP suena sabemos tácitamente que se fue uno de ellos. Y con ellos se pierden sus historias, sus modelos, sus sueños, sus anhelos y aún sus errores con todo el potencial pedagógico que nos ofrecen.
La propuesta de hoy es estimular el rescate de la historia viva. De jerarquizar a nuestros ancianos devolviéndole la dignidad que merecen. Aceptar que nos equivocamos, tal vez sin mala intención, al descalificar sus estilos. Reconocer que estamos en deuda con cada uno de ellos, visibles o invisibles. Que al preguntarnos por quién doblan las campanas dejemos por un momento de pensar en nosotros y honremos el merecido descanso de un valiente, satisfechos por haber rescatado su historia.

martes, 16 de febrero de 2010

Sobre miedos y crianzas

Miguel Espeche, psicólogo y psicoterapeuta clínico, sugiere en su libro "Criar sin miedo" que hay una sabiduría oculta en todos los padres, aunque ellos no la vean. Esta sabiduría sólo es accesible cuando el miedo no avanza sobre la vida familiar de la manera avasallante como lo está haciendo en estos tiempos. Si el miedo guarda el lugar que le corresponde, el amor y la inteligencia pueden expresarse de mejor manera.
El miedo se ha instalado en los hogares generando la percepción que estamos viviendo tiempos cada vez más peligrosos. La principal secuela la constituye la sensación de incapacidad e ineficacia a la hora de criar a los hijos y de generar en ellos la base para una vida autónoma. Como consecuencia de esta parálisis de gestión se aproximan tanto las fronteras de la necesaria brecha generacional que los hijos no consideran ineludible dejar el nido. Prevalece la culpa y el temor a no ser o haber sido lo suficientemente buen padre o madre.
La percepción por parte de los hijos de esta gestión culposa, cargada de sacrificios, opone al adolescente a crecer. Ser grande es un bajón, un suplicio que se confirma por las respuestas quejumbrosas de los padres frente a las vicisitudes cotidianas. Queda la sensación de pérdida vital, de que no hay significado en desarrollar todo el potencial buscando la fuente de nuestro entusiasmo cotidiano.
Si bien es necesario advertir a los jóvenes sobre los peligros de la vida dándole estrategias de supervivencia o de evasión, algunas amenazas son infundadas y lamentablemente generadas desde la posición del adulto. Últimamente los medios promueven una visión escatológica de la vida sobre la tierra. Desde la visión del adolescente las condiciones vitales para la existencia se agotarán dentro de su propio período biológico si no media la destrucción global por pandemias, meteoritos gigantes, guerras o desastres naturales…
Quienes dan sus primeros pasos en la vida buscando un referente seguro encuentran a unos padres angustiados, temerosos, paranoicos. Se van angustiado, hallando en el alcohol un ansiolítico disponible.
Estemos tranquilos nosotros, disfrutemos de la vida, que eso también se transmite a los hijos y les da ganas de crecer; entonces no se intimidan y su conducta mejora. Hay una escena que no se modifica: los chicos anhelan a alguien con autoridad. Si no la tienen los padres -porque los padres se sienten niños o no la asumen- se la otorgarán a la primera persona significativa que la represente. Es imprescindible la autoridad, para acatarla o desafiarla, pero es ineludible.
Fernando Savater nos anima cuando dice: “Ser humanos no es una fatalidad biológica sino un entrenamiento social: son los maestros (y padres) los encargados de transmitir y por tanto de conservar la alegría, la perplejidad y la disciplina que configuran la Humanidad”.
Como padres debemos aprender a conjurar las desgracias que dejó escapar Pandora de su caja. Construir el amor, el gozo de vivir, la esperanza y la solidaridad. Procurar establecer una actitud alegre y positiva frente a las encrucijadas de la vida. Esto no quiere sugerir inconsciencia ni evasión de la realidad, sino el análisis meticuloso, aleccionador y positivo con el fin de retener lo bueno.