lunes, 26 de abril de 2010

Sin vida propia

La semana pasada los canales de TV y la prensa escrita dedicaron gran parte de sus espacios a difundir la noticia relativa a la pelea de dos mujeres en un pequeño pueblo de Bs. As. Esta riña se desencadenó ante la aparente divulgación de un video comprometedor. La víctima después de haber sido brutalmente atacada con un mazo de aplastar milanesas terminó internada en coma en un hospital regional.
El amarillismo periodístico encontró su momento de gloria en este evento. Como si hubieran salido de una telenovela, las escenas reconstruidas desde las impresiones de testigos y curiosos revivieron una historia que resulta patética y triste a la vez.
Lo que me llamó la atención fue el hecho que el video circulara entre la gente del pueblo. En un reportaje del diario Clarín el abogado Cristian Pérez Solís dijo: "Ese video circula en Las Heras desde hace meses. Estaba en vista de toda la comunidad". Luego del hecho de violencia y gracias a la publicidad mediática, colapsaron muchos de los sitios de internet adonde algunos imbéciles subieron las imágenes en cuestión, mientras la sociedad oscila entre la curiosidad y la censura.
¿Que lleva a una comunidad pequeña a coleccionar las desgracias ajenas? ¿Qué extraño y primitivo morbo nos impulsa a buscar desesperadamente las imágenes que forman parte de una macabra y violenta historia? ¿Por qué, además de usurpar la intimidad, dedicamos tiempo a almacenar basura en nuestro cerebro y atesorarla en los celulares?
La reflexión impone hacer comparaciones. ¿Qué pasa en La Colina de la Esperanza en relación a los chismes e historias confidenciales? ¿Qué contamos de las personas ausentes, desaparecidas o echadas, para salvar las vergüenzas propias y ajenas? El morbo que nos lleva a transmitir estas historias y procurar información acerca de los detalles ¿no es acaso el mismo que movilizó a la comunidad de General Las Heras de jugar con la intimidad ajena y favorecer un atentado contra la vida? Es más, disponer de la intimidad de los demás y manipularla deliberadamente, ¿no es acaso una forma de crimen?
Una psiquiatra amiga me decía en un lenguaje más coloquial que en este lugar muchos viven la vida sexual ajena como sustituto de la propia. Los chismes y rumores circulan a la velocidad de la luz. No importa quién ni que, mucho menos distinguir el daño. Como si fuéramos poseedores de un trofeo de guerra corremos con la noticia, aunque sea para ocupar los silencios que impone la ignorancia.
Me pregunto ¿qué nos pasa? Hasta qué punto la cotidiana hipocresía nos deshumaniza y convierte en la misma mugre que difundimos negligentemente. ¿Cuán responsables somos de aquello que condenamos enfáticamente? ¿Estamos tan abarrotados de basura que cualquier brisa la dispersa?
Sería tan bueno que en Libertador el eslabón más débil de la cadena no esté constituido por la persona con menos recursos para defenderse; que haya individuos fuertes moralmente y tenaces en el afán de cortar la cadena de chismes, sean estos auténticos o apócrifos.

lunes, 19 de abril de 2010

Carne de cañón

Pocas noticias me conmueven más que aquellas referidas a los atentados contra la niñez. El lunes 12 abril 75 niños y niñas venezolanos de entre 13 y 17 años juramentaron ante la ministra de información y comunicación, Tania Díaz, el ministro de educación Héctor Navarro y la jefa del gobierno metropolitano, Jacqueline Faría como miembros de la “Guerrilla Comunicacional”, cuyo fin es neutralizar las expresiones de la prensa independiente.
Cuando se vio rodeado por Rusia y EEUU, Hitler creó en Alemania el famoso escuadrón "Juventudes Hitlerianas", conformadas por niños entre 8 y 16 años. En la guerra de la triple alianza el Mariscal López recurrió a niños disfrazados con barbas postizas y armas de madera para simular un gran ejército. Sabiendo que eran niños los soldados brasileños no tuvieron ningún reparo en masacrarlos en Acosta Ñú. Nuestra historia escribe en las páginas de gloria el “tambor de Tacuary” aunque no sepamos de Pedro Ríos, su intérprete o de María Remedios del Valle, la capitana de las niñas de Ayohuma que tuvo que mendigar en las plazas para comer.
Me perturba una sociedad que no valora y protege a los niños. Es frecuente observar cómo se los utilizan en campañas políticas, proyectos de salud o educativos que no van mas allá del fin proselitista. Es frecuente ver a las autoridades avalar con su presencia el mercantilismo político de los niños. El genocidio de Camboya de 1975-79 por los Khmer Rouge magistralmente representadas en la película “Los gritos del silencio” de Roland Joffé (1985), debería alertarnos sobre las consecuencias.
La constante histórica es que cuando el poder empieza a perderse los incapaces recurren a los niños. Ellos no tienen autonomía para decidir lo que es bueno a corto y largo plazo, no reclaman pago o recompensas. Se enganchan en un proyecto por “amor al arte”, por los dictados del corazón o de una conciencia muchas veces torcida por las voluntades de los adultos inescrupulosos.
No cuestiono la forma de gobierno de otros países, pero ejerzo el derecho de protestar cuando la autonomía de un niño es robada con fines mezquinos, sean políticos, sociales o religiosos. ¿Por qué formar una guerrilla con niños? ¿Es que acaso no debemos enseñarles que el disenso conforma la base de la democracia? ¿Deben considerar los niños que quienes piensen diferente son los enemigos a neutralizar con el exterminio?
Me asombra la discriminación que manifiestan nuestros niños, niñas y adolescentes. Me cuesta encontrar razones, que no se generen y avalen desde el ámbito de los adultos, que expliquen el maltrato a compañeros que visten diferente o viven en la periferia, o cuyos padres no pertenecen a la elite institucional.
La Biblia sugiere que los que echan a perder a un niño o niña deberían tirarse al fondo del mar con una piedra de gran tamaño atada al cuello. Para muchos de nosotros, los adultos responsables, es una suerte que no haya algún océano por acá cerca.

jueves, 15 de abril de 2010

Tres minutos

-Espero un rato más y me voy - me dije con cierta desazón que no podía disimular.

En realidad mi deseo era otro. Hacía mucho que esperaba, pero quería quedarme.
Tres años duró lo que fue un sueño. Sabía que de los sueños se regresa despierto y había llegado la hora. Pero nada me previno del entumecimiento, este aturdimiento que sigue al despertar. Sentía esa modorra en que uno no sabe si ya sonó el despertador y sucumbe a la ilusión de unos minutos extras de cama.

Aquella tarde, como presintiendo el desamparo, estaba ansioso, circunspecto. Me pareció que tocaron la puerta y caminé los tres pasos desde el sillón donde estaba. Pero nadie o nada me aguardaban afuera. Salí a la calle, respiré hondo y repasé las veredas buscando alguna señal de su presencia. Me acomodé las vértebras en un sonar de huesos para despertar al tedio y la amargura que se me habían encarnado.

Apagué el televisor mientras miraba como las imágenes se concentraban en un punto cada vez más pequeño hasta desaparecer. Sentí que era yo el que se extinguía.
Encendí la hornalla. Calentar agua en la vieja pava era el cotidiano protocolo de fabricar compañía. Recorrí con los ojos y dedos algunas abolladuras que estropeaban su simetría. Retiré la tapa y cargué el agua con la languidez que imponía la lentitud del filtro purificador. La ceremonia del café era rutina. Empezaba recordando que la gastritis se pondría peor, idea que se interrumpía con colocar el agua al fuego.

La taza preferida tintineó cascada, como si ella también compartiera el tedio. Tres cucharaditas mínimas de azúcar, una colmada de café soluble, apenas y al ras de alguna gaseosa y batir hasta obtener una pasta suave, aromática de color marrón claro.

Me asustó el silbido del agua por hervir y apuré los pasos para apagar la hornalla. Busqué el reloj en la pared del comedor, solo pude ver el reflejo de la ventana. Abrí la heladera y saqué el pote de dulce de leche, “dulce de vaca” como le decías. Con la misma cucharita cargué una porción colmada que fue a parar al fondo de la taza, aumentando el volumen del batido. Serví el agua lentamente. Nunca entendí el diseño de aquel cacharro que me obligaba a mantener presionada la tapa, quemándome los dedos cada vez que volcaba el agua caliente. Mientras los elementos se mezclaban sus aromas llenaron el lugar. Un chorrito de esencia de vainilla y el dedal de licor de frutillas. (Que últimamente sustituyó al de guindas porque me gusta más.)

Aspiré ese aroma casi propio, intimo. Me había cerciorado que el timbre funcionara, sería paranoico intentar otra vez la inspección. Volví al sillón. Instintivamente tomé el control remoto pero decidí dejarlo en su lugar, estaba harto de las publicidades de Direc TV y no estaba de humor para soportar el zapping. Una ráfaga de viento despertó un concierto de campanitas y cacharros en el alero, sonido que se esfumaba entre el rumor de hojas agitadas.

-Va a llover, pensé.

Pero no me importaba, me agitaba una tempestad que no hacía caso a una lluvia de otoño.

Mientras se enfriaba el café quedé dormido, o estuve despierto mirando los vapores que subían sin apuro. No sé bien en qué estado me encontró la ilusión de tu presencia. Soñé o sentí que estabas. Que se encontraban nuestras bocas con desesperación de adolescentes; que caían las ropas y se refugiaban los cuerpos entre las formas propias y ajenas. Que después, y más calmado, comenzaba a recorrer la geografía de tu cuerpo sin buscar atajos. Tal vez sin premura se detendría el tiempo. Bajé tu cuerpo en besos. Por un instante busqué tus ojos y los vi llenos de lágrimas. Un gemido se ahogó en tu garganta y tus labios murmuraron que no, que era mejor que no fuera; que no podías, que no debíamos. Iniciaste la huída recogiendo tus ropas, acomodándote el pelo y dispersando las lágrimas.
Quise calmarte en un abrazo y desapareciste, te esfumaste con un grito rabioso.

Desperté aturdido. Por un instante me costó entender dónde estaba. Te busqué alrededor concediéndome el tiempo necesario para rehacerme. Lo que fue tu grito se repitió en la estridencia de la bocina que sonaba desde afuera, esta vez más impaciente. Miré por la ventana y vi el taxi.

Recogí mi maleta, abrí la puerta y allí contra el rincón derecho, entre las hojas que el viento acumulaba vi el sobre. La esquela decía que era mejor así, que habías sentido el aroma del café y que sabías cuanto me gustaba acompañarlo con un bombón de chocolate y menta; que perdone que estuviera un tanto derretido, que lo guardabas en la cartera para una ocasión especial; que los amores eternos no se despiden. Firmaste con tu nombre y la hora -miré el reloj- hacía exactamente tres minutos…

lunes, 12 de abril de 2010

Rescatar la Esperanza

En la mitología griega, Pandora fue una hermosa mujer, creada por orden de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego. Los dioses la dotaron de virtudes y acompañada de un ánfora maléfica fue enviada como obsequio. Conociendo la furia de Zeus, Prometeo advirtió a su hermano Epimeteo no aceptar ningún regalo de los dioses. Sin hacerle caso aceptó a Pandora, enamorándose de ella y finalmente tomándola como esposa. Hasta entonces, la humanidad había vivido una vida totalmente armoniosa en el mundo, pero Pandora abrió el ánfora que contenía todos los males liberando las desgracias humanas, incluidas la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, la pobreza y el crimen. Pandora cerró el ánfora justo antes de que la esperanza saliera.
Anticipándose en siglos a las nuevas corrientes psicológicas, los griegos habían percibido el valor de la esperanza. Constituye el eje transversal de las doctrinas y creencias de la mayoría de las religiones del mundo y es una útil herramienta terapéutica en la medicina actual.
Un tema que me preocupa enormemente es la creciente apatía y pérdida de asombro que percibo en los niños, niñas y adolescentes. A medida que crecen buscan estímulos cada vez más intensos para producir alguna sensación que, a poco de experimentarla, se vuelve obsoleta y aburrida. La saturación audiovisual por medio de aparatos y pantallas es evidente. Parecen conformar un apéndice incorporado a su anatomía. Tal vez el mayor impacto negativo se produce en el área de la comunicación: la interacción física y verbal desaparece o se transforma en un histérico titilar de íconos, imágenes y “pop ups” (pantallas emergentes con mensajes o publicidad).
Es que las tecnologías de la información y comunicación cada vez más accesibles irrumpieron tan abruptamente que no generaron el tiempo suficiente para socializarlas y crear el espacio de reflexión adecuado y necesario para analizar su impacto. Hay un exceso de información y una escasez de conocimiento abrumadores.
En los últimos años la información incorporó el concepto de catástrofe como eje. Los canales documentales bombardean diariamente con series sobre el fin del mundo, la crisis del agua y energía en la próxima década, las enfermedades incurables, la morbosidad de una sala de urgencias o la violencia en vivo. Aun las catástrofes naturales últimas pasaron rápidamente al olvido como si no hubieran sido más que una serie de TV; se terminaron Haití o Chile, ahora viene la tanda publicitaria…
Intentemos, por un instante, ver el mundo con los ojos de un niño o adolescente. No hay futuro posible; las certezas incluyen catástrofes, penurias y enfermedad. Ante la incertidumbre negarse a crecer con la consecuente apatía resulta la mejor opción. Se impone desde la familia crear los espacios reflexivos y generar las herramientas necesarias para redimir la esperanza. Como Pandora, tal vez estamos a tiempo para tapar el ánfora apagando el televisor, compartiendo tiempo para rescatar la perplejidad y alegría que conforman la vida.

lunes, 5 de abril de 2010

La lección de Darwin

El escándalo que desató Charles Robert Darwin en la Inglaterra Victoriana del siglo XIX con su obra “El origen de las especies” había comenzado varios años antes en su interior. Como estudiante de teología en la Universidad de Cambridge tenía la firme intención de volverse un sacerdote anglicano. Sostenía que la Biblia era la fuente sagrada para explicar el origen del mundo. Sin embargo las evidencias encontradas en su viaje a bordo del Beagle confrontaron sus creencias teológicas inamovibles con pruebas contundentes. En su viaje halló evidencia de que las especies se adaptaban al medio modificando sus características y transfiriéndolas a su progenie. Nunca fue su intención excluir a Dios del proceso creativo y menos inferir que especies superiores descienden de organismos inferiores. Lo que socavó la fe de Darwin fue el sufrimiento presente en la naturaleza y en su propia vida, ya que su hija Annie murió a los 10 años de tuberculosis. No se volvió ateo pero expresó: «el agnosticismo es una descripción más correcta de mi postura».
Desde que vivo aquí puedo ver que en Libertador los alquileres y la propiedad están sobrevaluados. Se alquilan garajes minúsculos, sin comodidades esenciales de habitabilidad a precios exorbitantes. Se de estudiantes que pagan fortunas por sucuchos que no tienen las condiciones básicas de confort y seguridad. Las rentas pasaron a ser el gran negocio atrayendo a muchos inversores inescrupulosos.
Sabemos que es la ley de la oferta y la demanda la que determina los precios y pensamos dócilmente que no hay nada que hacer contra ella. Escuché decir que con elevados costos de vida se selecciona la categoría de los habitantes. Me sorprende esta forma de usura y especulación en una cultura cristiana y predominantemente adventista. No veo mucha diferencia entre la ley de la oferta y la demanda caníbal que cultivamos en nuestra villa y la supervivencia del más hábil propuesta por Darwin.
Así como los alquileres, los precios de la tierra por metro cuadrado en Libertador San Martin son unos de los más altos del país, y la construcción de la vivienda propia una utopía. En el ínterin las instituciones responsables están ausentes, entre otras causas porque los salarios que remuneran discrecionalmente por jerarquía y no por aptitud estimulan la búsqueda de ingresos paralelos. Veo loteos que rodean el pueblo y me pregunto: la tierra baldía o en proceso de venta ¿cuánto paga de impuestos? ¿Somos los habitantes y nuestros recursos los que subvencionan la construcción de caminos, cloacas, agua y luz en beneficio de los “inversores”? ¿No es acaso el terreno ocioso un problema urbanístico desde todo punto de vista? ¿No es lógico gravar estos lotes con impuestos cada vez más altos en la medida en que no se vendan o no tengan utilidad? Sería una forma de generar ingresos municipales que podrían utilizarse para favorecer la construcción y cortar la cadena de especulación.
Los precios de inmuebles y alquileres en Libertador son inmorales y creo que desde todos los ámbitos debemos tomar medidas para modificar esta situación. Muchos de los que critican a Darwin desde los púlpitos están avalando su teoría con las actividades comerciales que practican; mediante el sufrimiento ocasionado a los indefensos, tal vez estén creando la próxima generación de agnósticos.