lunes, 30 de agosto de 2010

Metamorfosis

Una de las mayores dificultades que enfrentan los movimientos ecologistas alrededor del mundo es el concepto popular que sugiere que las acciones individuales tienen un impacto negativo diminuto y, por lo tanto, despreciable. Así, comparados con las fumigaciones a gran escala o las emanaciones contaminantes de fábricas, el veneno utilizado para erradicar las cucarachas de la casa parece no afectar a los peces del arroyo, o las fugas de aceite del motor no inciden en la contaminación de las napas freáticas.
La cosmovisión cristiana reconoce la responsabilidad del hombre en el cuidado del planeta a partir de la orden divina de cultivar y proteger la creación. Sin embargo, aun las sociedades que fueron predominantemente agrícolas presentan una marcada disminución de la población de agricultores. Hoy las corporaciones manejan la producción con un objetivo meramente lucrativo, aniquilando el planeta para aumentar la rentabilidad. Poco pueden hacer los pobladores ignorantes e indefensos frente a esta realidad. Incluso la religión, que predica la restauración futura de la tierra, parece descuidar el presente en las acciones de sus feligreses.
Hace dos décadas Libertador San Martin se caracterizaba por la abundancia de jardines. Los rosales del “Colegio” aportaron muchas flores para deleite de los sentidos y transgresiones de los enamorados. Recuerdo los tulipanes y otras flores exóticas cuidadas primorosamente por el jardinero como si fueran un tesoro. Tanta belleza no solo nos comprometía a protegerla, sino generaba un efecto replicante: las casas del pueblo se identificaban por sus jardines. El cultivo de la tierra, la siembra y el cuidado de la semilla, fructificaban en una ofrenda floral seduciendo a residentes y visitantes.
El sometimiento a la rentabilidad despidió al jardinero, y la inseguridad sustituyó jardines por rejas y murallas. Los espacios verdes se atiborraron de espantosas construcciones a las que denominamos departamentos, decoradas grotescamente con contenedores de basura exhalando sus impúdicos olores. En nuestra confusión llamamos “Jardín” a un mamarracho de concreto. La estética natural cedió ante el embate de la utilería rentable, sometiendo también al hombre y su espíritu.
¿Qué dice esto de nosotros? ¿Qué pasó con el mandato de preservar el planeta? Hace unos días visité el “Parque das Aves” de Foz de Iguazú, Brasil, un lugar donde se construyeron grandes espacios para albergar pájaros de la región y poder interactuar con ellos. Mientras recorría el lugar me detuve a observar a los niños, incluso los bebés en brazos de sus padres. Todos estaban extasiados, sus ojos brillaban de alegría y de sorpresa, deslumbrados ante tanto despliegue de colores y sonidos. En ese momento pensé: ¿cómo incide la estética de un lugar en el espíritu? ¿Cuán identificados estaríamos con los desafíos sociales y ecológicos si cultiváramos una parcela y aprendiéramos a leer el milagro de la vida redactado en una flor?
Estoy convencido que en materia de ecología toda acción es urgente, generada desde la necesidad de preservar aquello que sabemos valioso y no podemos perder. Reflexionemos si el deterioro social que nos preocupa tiene relación con la falta de cultivo; sea de jardines y de afectos, sea de flores y de ideas.
Ojalá lo apremiante no transforme en superfluo aquello que es indispensable.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Entelequia

Entelequia: 1. f. En la filosofía de Aristóteles, fin u objetivo de una actividad que la completa y la perfecciona. (Dicc. Real Academia Española)

La generación espontánea era una creencia profundamente arraigada descrita por Aristóteles. La observación superficial indicaba que surgían gusanos del fango, moscas de la carne podrida, organismos de los lugares húmedos, etc. Así, la idea de que la vida se estaba originando continuamente a partir de esos restos de materia orgánica se estableció como principio común en la ciencia. La autogénesis sustentaba el principio vital generador de vida, concepto científico incorporado sin ninguna evidencia, solo por la autoridad de quien lo generaba.
Lazaro Spallanzani, sacerdote y profesor de las Universidades de Reggio, Módena y Pavia alrededor de 1757, rechazó la teoría de la generación espontánea. Diseñó experimentos para refutar los realizados por otro sacerdote, el inglés John Turberville Needham, que había calentado y seguidamente sellado caldo de carne en diversos recipientes; dado que se habían encontrado microorganismos en el caldo tras abrir los recipientes, Needham creía que esto demostraba que la vida surge de la materia no viviente. No obstante, prolongando el periodo de calentamiento y sellando con más cuidado los recipientes, Spallanzani pudo demostrar que dichos caldos no generaban microorganismos mientras los recipientes estuvieran sellados.
Lo que para nosotros es obvio, no lo era para los científicos del siglo XVII. Spallanzani estaba echando por tierra criterios y principios que sustentaban la ciencia y la filosofía de aquella época. La disputa entre Needham y Spallanzani fue larga y enconada, pues el inglés afirmaba que las cocciones del italiano destruían el espíritu vital y Spallanzani demostró que lo único que la cocción destruía era las esporas de las bacterias, no un principio de vida de índole místico. Pasaron cien años hasta que Pasteur pudo cerrar definitivamente esta polémica.
Un siglo antes, Galileo Galilei, padre de la astronomía moderna, se enfrentaba a la ignorancia al punto de arriesgar su propia vida. Su trabajo se considera una ruptura de las asentadas ideas aristotélicas y su enfrentamiento con la Iglesia Católica Romana es un ejemplo de conflicto entre la autoridad y la libertad de pensamiento en la sociedad occidental. Galileo no podía callar lo evidente: la tierra giraba alrededor del sol, aunque los representantes de Dios se empeñaban en demostrar lo contrario; para sustentar sus ideas recurrían a una caprichosa interpretación de la Biblia (Salmo 93:1). Desafiar a Dios significaba la muerte, ya sea del cuerpo o de las ideas. Pasaron casi cuatro siglos para que la humanidad pidiera perdón.
En mi actividad laboral y académica suelo encontrar situaciones y actitudes que sustentan modelos obsoletos e ineficientes con el argumento que “siempre se hizo así”. La reticencia al cambio, la defensa irracional de un hábito, considerar enemigo al que piensa diferente, limita el avance. Por cierto, esa es la base de los fanatismos de los cuales la humanidad no ha podido liberarse tras siglos de historia.
Frente a la parálisis de las costumbres es bueno recordar a Galilei. Se cuenta que al salir del tribunal de la Inquisición que lo obligó a abjurar de sus ideas para salvar su vida dijo: “E pur si muove” (sin embargo se mueve). Lo que fue un susurro entre dientes, terminó aceptándose como un principio irrefutable.

martes, 17 de agosto de 2010

Tarea fecunda

“En esta época, el mero ejemplo de la disconformidad, el mero rechazo a doblar la rodilla ante la costumbre, es en sí mismo un servicio.” John Stuart Mill (1806-1873) Sobre la libertad.

Es notable observar, en el repaso histórico de la humanidad o en la memoria auténtica de nuestro país, que los grandes hombres de la historia, aquellos que obtuvieron logros significativos y los beneficios que nos protegen, murieron solos, pobres y olvidados; desde los artistas que nos regalaron una pausa frente a las inquietudes del espíritu hasta los caudillos libertadores que generaron el espacio suficiente y seguro para concretar nuestros sueños.
Con pocas semanas de diferencia conviven las fechas que recuerdan la partida de dos personas que aportaron a los argentinos la libertad sobre la tiranía de gobiernos y dolencias: José de San Martin y René Favaloro. Ambos se entregaron en cuerpo y alma a esta vocación, ambos cultivaron un profundo aprecio y respeto por la educación. San Martin decía una frase que está escrita en el monumento que evoca su memoria en nuestra plaza: “La ilustración y fomento de las letras es la llave maestra que abre la puerta de la abundancia y hace felices a los pueblos.” Alegaba que “la biblioteca es destinada a la ilustración universal, más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia.” Favaloro advertía: “Estoy absolutamente seguro que el cambio de rumbo sólo puede lograrse a través de la enseñanza”, que “un pueblo sin educación, sin agua, sin luz, es un pueblo sin salud, sin futuro”; “Creo que hemos perdido el derrotero en cuanto a las prioridades de la enseñanza. Nos debería preocupar más la primaria y la secundaria. En la niñez y en la pubertad es cuando se forma el ciudadano del futuro.”
Cuando aconsejaba a su hija Mercedes, San Martín anticipaba el concepto que Favaloro instalaría en sus alumnos cuando les pedía que “entiendan que lo material es temporario”, decía que “lo que perdurará para siempre serán los ideales y entre ellos, la gran convocatoria debería ser: educación y desarrollo científico en busca de una sociedad en que la equidad social sea lo prioritario”.
Humberto Maturana R. y Bernhard Pörksen en “La paradoja de la educación” escriben: “a diferencia de lo que comúnmente se cree, la enseñanza no tiene que ver con la eliminación gradual de la ignorancia. No se trata en primer lugar de la entrega de conocimientos, sino que — algo mucho más vasto — de una forma de vida especial acorde con el propio ideal, de un cierto tipo de convivencia de donde se desprenden los contenidos respectivos. El niño o la niña en la escuela no aprende matemáticas, sino que aprende a convivir con un profesor de matemáticas. Esta relación entretenida o fascinante algún día quizás lo motive a seguir por su cuenta. Todo es interesante si uno se interesa por ello.”
San Martín y Favaloro cumplieron esta premisa. Poco sabemos de sus emociones y pensamientos antes de morir. La soledad de sus minutos finales nos sugiere una turbulenta crisis. “El día que terminen los desafíos habré muerto”, decía Favaloro. Somos responsables de sus legados, de mantener una activa pasión por el bien común y disconformidad frente a las costumbres que perpetúan cualquier forma de sometimiento o ignorancia. La libertad de América o el bypass aorto-coronario inicialmente fueron fantasías, el gran cirujano decía: “Siempre he creído que toda realidad futura se eleva sobre cimientos de ideales y utopías. Soñar es tarea fecunda.”

martes, 10 de agosto de 2010

Sobre cabras y corderos

“El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que hay que avivar” Michel Eyquem de Montaigne

Soy afortunado porque donde vivo puedo ver a muchos de los que fueron mis profesores y seguir aprendiendo de ellos. Cuando evoco mi formación media, sus rostros, gestos y frases célebres aparecen con destellos vívidos. Uno de ellos fue el director cuando cursé la secundaria.
Los alumnos lo conocíamos por el sobrenombre, incapaces de pronunciarlo en su presencia. Pocos sabíamos el origen: para algunos era por el intento de dejarse la barba, para otros por la forma en que arremetía cuando se trataba de concretar un proyecto.
Cuando pienso en Don Isidoro, lo recuerdo con los ojos chispeantes de energía; una virtud que no pudo aplacar el tiempo ni la enfermedad. Lo veo activo cumpliendo las gestiones académicas, también aquellas que no estaban en su contrato. Por sobre todas las cosas lo recuerdo cercano, accesible; con la distancia necesaria para mantener la asimetría esencial en el proceso educativo. Compartía con nosotros cada recreo en una “pulseada romana” o un partido de “manito”, una especie de tenis sin raquetas; en algún momento llegué a creer que era omnipresente. Como si fuéramos un bote, con sutiles golpes de timón, nos preparaba para la vida, para ganar o aceptar las derrotas con dignidad y volver a levantarnos; nos enseñaba que las herramientas hacen al trabajo, pero que la carencia de ellas no paralizaba la acción. Su rango jerárquico no le impedía cargar mezcla en un sendero para que no nos embarremos los días de lluvia, una lección de servicio y solidaridad que me acompaña hasta hoy. No buscaba la exclusión como forma inmediata de resolver un problema; no recuerdo que haya sentenciado “si no te gusta, te vas” pero muchas veces lo escuché acercar divergencias diciendo “a ver ¿qué pasa?”. Simple, natural, sin contención ni artificio; al decir de Montaigne, fue y sigue siendo el objeto de su libro, una historia estimulante.
Heredé su impaciencia, su hastío de los formalismos. Cuando me atraviesan las palabras “excelencia y servicio” me pregunto sobre la ausencia de memorias y gratitudes. ¿Por qué las generaciones actuales ignoran a estos héroes contemporáneos que se extinguen lánguidamente en un hospicio? Tal vez porque el destello que aun titila en sus ojos es suficiente condena contra la holganza y la soberbia. Antes de enunciar un epitafio y acorde a la misión de perpetuar los modelos generadores en los recursos humanos que se forjan desde los claustros, bien podría hacer a la excelencia y servicio el recuerdo público, regular y accesible. ¡Cuánto beneficio traería a los alumnos y comunidad una exposición franca y amena de las ideas e historias de quienes apostaron su vida en convertir los sueños individuales y colectivos en la realidad que ostentamos!

Hasta tanto vaya mi homenaje en los versos de Gabriel Celaya:

"Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pensar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar…
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada."

martes, 3 de agosto de 2010

Minorías

El 26 de Septiembre de 1867 durante el gobierno de Nicasio Oroño se dicta en Santa Fe la Ley de Matrimonio Civil. Para que el mismo tuviera validez ante el estado era imprescindible el ejercicio de jueces de paz o autoridades municipales, con testigos civiles. La ceremonia religiosa debía ser posterior.
Escriben Emma Wolf y Cristina Patriarca en “La Gran Inmigración”, refiriéndose a los inmigrantes de Santa Fe, que “el proceso de asimilación fue lento porque se empecinaron en preservar su espíritu, dialecto y costumbres. En este aspecto los colonos de San Jerónimo fueron especialmente cerrados, lo que les valió un atraso de años con respecto a los demás. Cuando el liberal Nicasio Oroño decretó el matrimonio civil en la provincia con el propósito de solucionar el problema de las parejas mixtas de católicos y protestantes, los valesanos de San Jerónimo organizaron una expedición armada en su contra porque entendieron que la medida era “impía” y atentaba contra los principios religiosos. Con el mismo ardor se opusieron al paso del ferrocarril”.
El gobernador también fue condenado por el clero y el gobierno central. El Monseñor José María Gelabert y Crespo, titular de la Diócesis, lo amenazó con la excomunión. El asesor del gobierno nacional, Dalmacio Vélez Sarsfield, condenó la norma alegando que era “un golpe a las costumbres, a la moral y a la religión de los habitantes de la provincia”. Nicasio Oroño fue un pionero, porque recién el 12 de noviembre de 1889 se sancionó la ley nacional de matrimonio civil.
Como miembro de una minoría religiosa seguí de cerca el proceso de modificación de la ley de matrimonio civil para incluir a las personas del mismo sexo. Observé las reacciones y argumentos que los ciudadanos mostraban desde los medios; sentí inquietud por las actitudes de los grupos religiosos. Percibí violencia en la mayoría de los testimonios, me alarmó el nivel de ignorancia expresado en los diversos alegatos y me sorprendió como se sumaban a una evidente oposición, más política que filosófica.
Desde una perspectiva biológica, la homosexualidad no es una conducta natural como tampoco lo es el celibato. Desde lo religioso es considerado pecado, así como lo es el adulterio. La realidad muestra que la mayoría de los homosexuales provienen de hogares heterosexuales. Hay suficiente evidencia científica para establecer como una de las condiciones subyacentes a la elección homosexual, el abuso sexual en la infancia. Llamativamente no se organizaron en nuestro país grupos ecuménicos para exigir leyes más estrictas e infraestructuras más efectivas que castiguen y prevengan el abuso sexual de niños y niñas, entre cuyas formas se encuentra la pedofilia por parte de religiosos.
Si bien cuestiono que se denomine matrimonio y creo más adecuado el término unión igualitaria, el hecho que un país sancione una ley que proteja los derechos civiles de las minorías hace que me sienta seguro. Los que pertenecemos a una minoría religiosa, que pretendemos excepciones ante las características diferentes de nuestro culto, debemos ver que este hecho garantiza la condición de igualdad ante la ley. El imperativo moral de llamar al pecado por su nombre es individual, no concede ser jueces de los demás ni admite la oposición política, sino la vida ejemplar, la conducta intachable y coherente en todos los ámbitos de la existencia y la disposición al servicio del prójimo aunque no compartamos hábitos ni filosofías.