martes, 10 de agosto de 2010

Sobre cabras y corderos

“El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que hay que avivar” Michel Eyquem de Montaigne

Soy afortunado porque donde vivo puedo ver a muchos de los que fueron mis profesores y seguir aprendiendo de ellos. Cuando evoco mi formación media, sus rostros, gestos y frases célebres aparecen con destellos vívidos. Uno de ellos fue el director cuando cursé la secundaria.
Los alumnos lo conocíamos por el sobrenombre, incapaces de pronunciarlo en su presencia. Pocos sabíamos el origen: para algunos era por el intento de dejarse la barba, para otros por la forma en que arremetía cuando se trataba de concretar un proyecto.
Cuando pienso en Don Isidoro, lo recuerdo con los ojos chispeantes de energía; una virtud que no pudo aplacar el tiempo ni la enfermedad. Lo veo activo cumpliendo las gestiones académicas, también aquellas que no estaban en su contrato. Por sobre todas las cosas lo recuerdo cercano, accesible; con la distancia necesaria para mantener la asimetría esencial en el proceso educativo. Compartía con nosotros cada recreo en una “pulseada romana” o un partido de “manito”, una especie de tenis sin raquetas; en algún momento llegué a creer que era omnipresente. Como si fuéramos un bote, con sutiles golpes de timón, nos preparaba para la vida, para ganar o aceptar las derrotas con dignidad y volver a levantarnos; nos enseñaba que las herramientas hacen al trabajo, pero que la carencia de ellas no paralizaba la acción. Su rango jerárquico no le impedía cargar mezcla en un sendero para que no nos embarremos los días de lluvia, una lección de servicio y solidaridad que me acompaña hasta hoy. No buscaba la exclusión como forma inmediata de resolver un problema; no recuerdo que haya sentenciado “si no te gusta, te vas” pero muchas veces lo escuché acercar divergencias diciendo “a ver ¿qué pasa?”. Simple, natural, sin contención ni artificio; al decir de Montaigne, fue y sigue siendo el objeto de su libro, una historia estimulante.
Heredé su impaciencia, su hastío de los formalismos. Cuando me atraviesan las palabras “excelencia y servicio” me pregunto sobre la ausencia de memorias y gratitudes. ¿Por qué las generaciones actuales ignoran a estos héroes contemporáneos que se extinguen lánguidamente en un hospicio? Tal vez porque el destello que aun titila en sus ojos es suficiente condena contra la holganza y la soberbia. Antes de enunciar un epitafio y acorde a la misión de perpetuar los modelos generadores en los recursos humanos que se forjan desde los claustros, bien podría hacer a la excelencia y servicio el recuerdo público, regular y accesible. ¡Cuánto beneficio traería a los alumnos y comunidad una exposición franca y amena de las ideas e historias de quienes apostaron su vida en convertir los sueños individuales y colectivos en la realidad que ostentamos!

Hasta tanto vaya mi homenaje en los versos de Gabriel Celaya:

"Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca...
hay que medir, pensar, equilibrar...
... y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino...
un poco de pirata...
un poco de poeta...
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar…
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada."

6 comentarios:

lorena dijo...

Por un instante volvi tambien a esos tiempos, recorriendo mi porpia lista de aquellos que de alguna forma dejaron de a poco su ser entero al servicio.

Dos cosas, cuan cierto ..."bien podria hacer a la excelencia y servicio el recuerdo publico, regular y accesible"

Y segundo... en la vida uno tiene que llevar en el alma algo de marino un poco de pirata , algo de poeta y paciencia en cantidad! cierto muy cierto parece que nos lleva una vida encontrar las dosis adecuada de cada uno.

Solo me queda por recordar en que grupo "rebanio" estaria, corderos o cabras? :)
Un abrazo.

Nestor Zawadzki dijo...

Gracias Lorena por tu comentario. Siento una deuda con la gente que me dio las herramientas para construir lo que soy. Percibo asombrado que la educacion se desvió de la funcion socializadora y que confunde la provision de herramientas de aprendizaje con cantidad de información. Los educadores que dejaron huella, lo hicieron predominantemente con su propio ejemplo. Lamentablemente ni las plazas, ni las calles, ni los habitantes de los pueblos evocan su memoria en un busto, en un nombre o siguiendo el camino.

Ah! personalmente me identifico mas con las cabras, con el chivo, como le deciamos al director...

Taller Literario Kapasulino dijo...

Te felicito Nestor por esta entrada. Hoy en día los buenos profesores no son tan valorados como antes...

Nestor Zawadzki dijo...

Hola Carla. Estoy convencido que la sociedad tiene una deuda inmensa con los educadores. Basta con ver los nombres de las calles o los monumentos de las plazas para convencernos del olvido. Soy pediatra y, como medico, creo que la salud de los habitantes de un pais tiene mas que ver con educacion que con asistencia medica.
Y, sobre todas las cosas, creo que hay un profundo deficit de educacion tecnica, esa educacion integral y practica que habilita a cada niño o niña a ser autonomo e independiente. Un abrazo

Eliane dijo...

Néstor: Me uno a tu homenaje en esos versos, y al hacerlo veo el rostro de mis "maestros", entre ellos el de mi madre(docente de alma y corazón)...es mi heroína contemporánea. Coincido contigo,qué deuda! la mía para con los que me enseñaron, y no me refiero solo al currículum obligatorio del MEC, también al oculto,al que niños y adultos percibimos y absorvemos sin proponernos y que enriquecen y fortalecen si es bueno. Por todos nuestros mentores... SALUD!!!. Eliane.

Nestor Zawadzki dijo...

Hola Eliane. Bienvenida por el blog!
Nunca voy a dejar de agradecer a los maestros. Me crie los primeros 11 años en el monte de Itapua. Recuerdo los buldozers entrar a derribar arboles gigantescos para construir el sanatorio adventista de Hohenau.
Iba a una escuela rural con tres grados por aula y dos maestros... Cuando mis padres se trasladaron a Misiones, Argentina, el nivel educativo de aquella escuelita de monte fue tan bueno que me promovieron a un grado superior al que me correspondia mediante un examen, porque ya habia visto los contenidos necesarios para la promocion.
Misiones tampoco era, educativamente hablando, lo maximo. Pero las maestras y profesores supieron darme las herramientas de aprendizaje necesarias para aprobar todas las materias desde el ingreso a medicina en La Plata, sin perder un examen; pero, sobre todo, con estrategias de pensamiento que me resultan muy utiles en mi actividad profesional hasta la fecha.
Sostengo que los cambios necesarios de la America lastimada se generaran desde la educacion preescolar y primaria fundamentalmente.
Besos a vos y a tu madre