lunes, 26 de julio de 2010

Cifras provisorias

La mortalidad por accidentes automovilísticos en 2009 en Argentina fue de 7885 personas según la asociación civil “Luchemos por la vida”. Un promedio anual de 657, diario de 22. Estas cifras son provisorias al 5 de Enero de 2010.
Los accidentes son considerados como "la epidemia del siglo XX", cuya mortalidad supera a muchas enfermedades. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define accidente como un "acontecimiento fortuito, generalmente desgraciado o dañino, independientemente de la voluntad humana, provocado por una fuerza exterior que actúa rápidamente y que se manifiesta por la aparición de lesiones orgánicas o trastornos mentales". El concepto de accidente es científicamente impreciso por la multiplicidad de causas, circunstancias y efectos que envuelven la ocurrencia del mismo. Según la definición de la OMS aquello que puede ser evitado o prevenido no constituye un accidente y se denomina trauma.
Las estadísticas muestran un incremento mundial de muerte por trauma vial con una tasa de incidencia que afecta a más personas en un espectro etario cada vez más amplio. Los porcentajes de víctimas fatales en nuestro país según roles muestran que 24% son peatones, 42% conductores u ocupantes del automotor, 8% ciclistas y 25% moto o ciclomotoristas. De este último grupo solo un 4,1% utiliza casco protector. Lamentablemente cuando ocurre una tragedia, las estadísticas representan una ironía: para la víctima es el 100%. El sentimiento de vulnerabilidad lleva a los sobrevivientes a buscar culpables o responsables y pretender soluciones inmediatas con un bajo nivel de autocrítica.
Es cierto que donde no circula la droga es más difícil iniciar una adicción o que el uso del preservativo disminuye las enfermedades de transmisión sexual o embarazos no deseados, pero estas medidas no reducen el riesgo por si solas, como así tampoco se disminuyen los accidentes desplazando la ruta fuera del radio urbano. Las estadísticas muestran una mortalidad por accidentes casi similar entre la zona rural y urbana (48 y 52% respectivamente).
En la gran mayoría de los accidentes automovilísticos sigue siendo la imprudencia la causa determinante: la velocidad, el consumo de alcohol, uso de celulares y dispositivos personales de sonido con auriculares (MP3), negligencia en las medidas de seguridad y arrebato o distracción en zonas de mayor riesgo.
Por otro lado la OMS reconoce que ante el aumento de vehículos las infraestructuras existentes resultan obsoletas o insuficientes a la hora de prevenir los accidentes y enfatiza la responsabilidad de los gobernantes en los distintos niveles de acción.

Opino que el mayor problema sigue siendo la falta de educación vial precoz, la violencia al volante y la percepción parcial del problema. El ministro del Interior Florencio Randazzo señaló que los accidentes automovilísticos en Argentina en 2009 bajaron un 9,2% según los datos del Observatorio Vial: 3835 casos; menos de la mitad de lo notificado por “Luchemos por la vida”. En materia de seguridad no se pueden manipular o desestimar los datos.
Ante el reciente evento que conmocionó a los vecinos, la respuesta insuficiente del Municipio apelando a Dios para que proteja a las víctimas demuestra que el problema se les fue de las manos. La ruta seguirá cobrando víctimas en la medida en que no generemos conciencia urbana de seguridad vial, que no tengamos un compromiso eficaz contra la imprudencia y exijamos la inhabilitación ejemplar a los infractores, aunque sean amigos, parientes, vecinos, entidades oficiales o poderosos inversores.

miércoles, 21 de julio de 2010

Una especie en extinción

Escribo estas líneas desde Leandro N. Alem, Misiones. A través de la ventana puedo ver la estructura de lo que fuera el sanatorio mas importante de la provincia. Mi padre fue su primer gerente. Fueron años difíciles aquellos y parece que fue hace poco; cerrando los ojos lo veo partir de madrugada a buscar los insumos imperiosos o postergar el regreso sorprendido por una tormenta en las picadas coloradas de la selva misionera convenciendo a la gente de un proyecto posible.
En estos días cumple 80 años, toda una vida al servicio de la fe que abrazó de niño. Salió de su Europa natal con la edad suficiente para entender que algunas despedidas serían definitivas. Llegó a América con la fe como bitácora de vida, con el sueño de sus padres vadeando realidades azarosas.
Quedan pocos de su especie. Hombres que supieron entregarse para forjar los ideales propios y estimular los ajenos, que garantizaban con su vida la palabra empeñada.
Como el buey que se sabe uno con el surco y el arado, regaron con sudor y lágrimas la semilla. Esperaron la cosecha en un tiempo que no les pertenecía; no como el amo que, látigo en mano, castiga a la bestia que le da sustento. No se rodearon de obsecuentes inútiles para lucir la jerarquía, ni negaron el saludo al subalterno por temor a perder autoridad. “Somos iguales ante Dios”- me decía.

Lo veo regar sus verduras, doblado por el peso de los años y de algunas cargas que le agregué en el proceso de hacer mi propio camino. La misma huerta que nos dio sustento en épocas de carencia extrema cuando las dificultades para hacer funcionar al sanatorio requerían un sacrificio que incluía la familia. La que cuidé de niño y me enseñó que para obtener frutos, no solo hay que sembrar, sino atender diligentemente y cosechar a su debido tiempo, con la paciente espera que acompaña al milagro de la vida.

Seguramente con los de su especie cometieron errores por la necesidad de improvisar ante lo nuevo, abriendo camino al andar para facilitar nuestro paso. No tapizaron de diplomas las paredes, pero la tesis defendida en cada acto de sus vidas merece un doctorado.
Solo les cuestiono una cosa: en su humildad llana, no quisieron transmitir a los sucesores las penurias que padecieron para darnos lo que tenemos, para forjar lo que somos. Porque el servicio, el respeto, la equidad y el sacrificio para ellos es una respuesta natural, una forma de vida.

¿Qué maléfico predador los fue extinguiendo? ¿Por qué no se multiplicaron en los que hoy ocupan sus lugares? Es que los sucesores no tomaron la posta. Vinieron a usurpar los logros ajenos desde la comodidad, la falta de privaciones, la perversa costumbre de la amnesia, del olvido confortable, de evitar aquello que exige un mínimo de abnegación y entrega.

Entre las historias de los precursores que abrieron el sendero no se mencionan los nombres de los que aun viven, porque al ser humano le inquietan las deudas pendientes y para calmar la escasez de conciencia apelan al recurso del olvido.
Cuando los bufones parodian a los pioneros, me alegra que sus labios no pronuncien el nombre de esta gente. Porque hay que tener las manos limpias y la moral intacta para contar su historia sin que se les caiga la cara de vergüenza.

¡Feliz Cumpleaños mi querido viejo!

lunes, 12 de julio de 2010

El ingrediente secreto

Hacía las mejores medialunas que he probado en mi vida. Trabajaba en la panadería del colegio rural donde estudié todo el secundario, una institución con internado que ofrecía la posibilidad de pagar los estudios con trabajo mientras se aprendía un oficio. Esta panadería no solo financió la educación de muchos estudiantes, sino que mantuvo a flote la economía de la institución en tiempos difíciles.
En ese entonces no tenía claro que sería de mi vida. Trabajaba como correo llevando las cartas desde la estafeta postal local hasta el pueblo, distante a unos 7 kilómetros. Todas las tardes, haga frío o calor, llueva o truene o con una polvareda roja que se me incrustaba hasta en los orificios más recónditos, cargaba mi alforja impermeable y caminaba hacia mi destino. Si tenía suerte, hacía “dedo” y me llevaba algún auto. Algunas veces viajé en carro. No tengo gratos recuerdos del personal de correos. Creo que por ser un niño, el maltrato pasó a ser rutina para los funcionarios postales. El regreso era una tortura: retrasado, furioso y con el orgullo herido ante la impotencia.
Los jueves de tarde salían las medialunas recién horneadas. Para entregar las cartas a la estafeta tenía que pasar frente a la panadería y desde lejos sentía el aroma del pan. Uno de esos jueves nefastos, con el sol poniéndose a mis espaldas y la mochila más pesada que nunca se acercó con dos medialunas en un pedazo de papel de almacén. –“Tomá pibe” –me dijo – “es para que te mejore la cara”. No les puedo describir el placer que me produjo aquel manjar. El aroma de la masa aun tibia parecía abrirme los pulmones. Devoré la primera casi atragantándome; disfruté la segunda de a poco mientras me limpiaba el pegote que el almíbar de cobertura había dejado en mis dedos.
La ceremonia se repitió casi todos los jueves. Y, por cierto, me cambió la cara. La fragancia del pan me dibujaba una sonrisa un par de kilómetros antes. Una vez osé preguntarle el secreto del sabor. –“Mirá nene” - decía- “hay cosas que no se preguntan”. A veces conversábamos. Nunca le escuché una queja, aunque sabía que su día arrancaba mucho antes de que el sol despertara y que postergaba sus intereses para mantener rentable la producción, consciente de que de esa economía dependía el futuro de muchos de nosotros.
Como todo colegio rural la educación pudo haber tenido limitaciones. Sin embargo el modelo pedagógico integral, que incluía el trabajo como parte de la formación, nos dio las herramientas de aprendizaje necesarias para completar una carrera universitaria y alcanzar una vida independiente.

La vida lo trajo para acá. Hace poco se jubiló. Supe que el mismo día en que pasaba a retiro un administrador cruel suspendía, sin aviso, su cuenta corriente en el supermercado para el que trabajaba y adonde se abastecía, como si la condición de jubilado lo inhabilitaba a pagar las cuentas. Me revuelve las tripas imaginar la escena. Pero en el dolor ajeno descubrí el ingrediente secreto de esas fabulosas medialunas. Al fin supe que estaban hechas con una ilimitada dosis de paciencia. Porqué hay que tener paciencia de artesano para saber esperar el punto justo de una masa y, también, para soportar los desprecios de los desmemoriados.

Don Luis, además de la alegría de aquellos días, de las lecciones de vida que perduran, le debo mi carrera.

lunes, 5 de julio de 2010

Lo inmoral

La eliminación de las selecciones de Argentina y Paraguay nos privó, además de la satisfacción de llegar a semifinales, de ver a Maradona y Larisa Riquelme (modelo paraguaya) cumplir sus promesas de desnudarse. Personalmente estaba pendiente de la selección guaraní…
Excepto en el caso de Lady Godiva, no entiendo bien cuál es la razón que lleva a una persona a desnudarse en público, en especial para festejar un triunfo. Las legislaciones de la mayoría de los países del mundo considera este hecho como un delito contra el pudor, exposición ofensiva, escandalosa e inmoral.
Hay culturas donde los adultos viven desnudos, o apenas vestidos poniendo en duda las conclusiones de Sigmund Freud acerca de los traumas que se generan en los menores expuestos. Paul Ableman escribe: "Resulta interesante especular que tipo de modelo de la mente humana hubiera construido Sigmund Freud, si se hubiese basado en un estudio de la desnuda tribu de los Núer de Sudán, en vez de hacerlo en los Europeos vestidos. Así, grandes provincias del imperio mental de Freud hubieran simplemente desaparecido."
Los actos morales están orientados hacia el exterior, la realidad, el mundo, los demás. Tienen un aspecto interno que hace que sean valorables. No podemos olvidar que somos morales porque sabemos que podemos elegir, porque sentimos que tenemos posibilidad de seguir caminos diferentes en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que nuestras acciones tienen consecuencias. La conciencia de estas consecuencias es la base del aspecto interno de la moral, en ella está el origen de la valoración de nuestros actos, nuestros hábitos o nuestro modo de vida. Pero la conciencia moral es también conciencia de la libertad, conciencia de que no todas las posibilidades de elección son igualmente valiosas. (Portillo Fernandez 2005)
Los seres humanos hemos desarrollado una gran cantidad de códigos y de normas morales. Estos códigos y normas han sido muy diferentes según en qué sociedades y en qué momentos se hayan creado. Sin embargo permanece la necesidad que tenemos de esos códigos independientemente de la cultura, religión o sociedad en que estemos inmersos. La persistencia de esta necesidad nos lleva a buscar su causa más allá de la misma historia, más allá de la organización social, en la misma conformación biológica de la especie humana. (Portillo Fernandez 2005)
Es notable como cuando nos referimos a lo que es moral o inmoral surge, particularmente en nuestra cultura local, lo sexual como ámbito. Y tal es el peso, que pareciera existir una escala de inmoralidad que arranca precisamente en la cuestión sexual ignorando lo demás. La conducta sexual es natural al ser humano; tiene un componente primario biológico, pulsional. Sin embargo la calumnia, la estafa, el maltrato, el contrabando, la incompetencia, la paga injusta o descuidar los derechos ajenos, necesita una acción intelectual superior que no es natural o instintiva.
Una mirada miope puede hacer que la sociedad considere inmoral solo el espectro sexual de la conducta. Bajo este parámetro se llega a justificar la discriminación, el repudio, la exclusión social, laboral y religiosa.
En esta era del relativismo es importante rescatar la entereza moral haciendo especial énfasis en estimular las conductas adecuadas, repudiando aquellas que son inmorales más allá del actor, el tipo de conducta o nuestro parecer.