lunes, 25 de abril de 2011

Requiem para un guerrero

Llamo espíritu guerrero a un estado de ánimo habitual que no encuentra en el riesgo de una empresa motivo suficiente para evitarla” José Ortega y Gasset

Desde el sábado descansa. Cerró los ojos a la hora en punto. No me sorprende. Recibí la noticia en un encuentro fortuito pero preciso, seguía estando en el momento justo.

La última vez que estuve con él, tuve el honor de sostener el vaso de agua mientras bebía. La tos interrumpía sus frases. Respiraba con dificultad, sin embargo sus ojos brillaban con esa chispa de vida que alumbró el destino de los que fuimos sus alumnos.

Quienes lo conocimos en su función docente fuimos privilegiados. En los años compartidos no lo tuve de profesor en el aula, pero sí de maestro en la vida. Ágil de mente y cuerpo acompañó el camino hacia la adultez de quienes llevamos su recuerdo. Marcó huella con el ejemplo. Estuvo siempre a la distancia precisa para mantener la asimetría que exigía su cargo y posición, es decir, al alcance de la mano, de la necesidad o del regaño oportuno. Supo dar el toque necesario al timón de nuestro barco para marcar rumbo hacia destino seguro, entonces era duro, inflexible, pero nunca distante. Fue clarísimo al razonar sobre las excepciones y convincente al exigirnos responsabilidades. Nos legó su estoicismo frente a los desafíos y las críticas y la serenidad ante las crisis.

No recuerdo sus sermones, prédicas o teorías. Éramos su equipo y él, nuestro líder. Pragmático hasta los tuétanos arremetía contra lo imposible codo a codo. Nos enseñó a ver con sus ojos más allá de las montañas de dificultad. En la peor de las tormentas podíamos sentir el calor del sol en la picardía de sus ojos inquietos. Su vocación de luchador era suficiente evidencia para convencernos de lo pasajero del mal tiempo, del beneficio de la lluvia, de la entereza necesaria para asumir lo irremediable. Nos enseñó que no es cobardía caer, sino permanecer caído.

Me duele ver como se extingue su especie sustituida por burócratas estancados en la comodidad de sus logros; aturdidos por el culto a la jerarquía y los méritos académicos. La evidencia es  la distancia entre palabras y hechos, propuestas y compromiso. No sorprende la proscripción de la crítica, el cultivo de la obsecuencia, la amalgama conformista y los estereotipos históricos; marcar tarjeta a la hora exacta, ocultar los beneficios de la elite.

Era inquieto, porque para hacer camino al andar no se puede permanecer inmóvil. Ahora que descansa resulta más abrumadora la pavorosa ausencia de curiosidad de nuestros días, la falta de agitación, el exceso de quietud, la sumisión extrema, el andar cansino, los sueños difusos y la líquida fluidez de los ideales.
No voy a asistir a su funeral. Me resisto a verlo quieto, rígido. Sé que nos despedimos aquella siesta mientras sostenía el vaso de agua sentado en su cama de hospital. Los que fuimos honrados por la vida al conocerlo y heredar sus ideales alumbraremos con la llama que supo encender en cada uno, extendiendo ese camino de luz y compromiso, tan urgente en nuestros días.

Descansa en paz guerrero. Los territorios conquistados a la ignorancia son la herencia que legaste, la pasión por los desafíos la antorcha que nos encomendaste llevar con los ojos abiertos, los brazos dispuestos y una fe inquebrantable en la Fuente de luz verdadera.

En memoria del profesor Isidoro Gerometta, verdadero maestro de maestros

viernes, 22 de abril de 2011

Los de afuera


Ariel Kaufman en Dignus Inter Pares señala que la discriminación es una forma de dominio abusiva, deshumanizadora y carente de justificación democrática.  A veces me pregunto qué pasaría si algún funcionario del INADI (Instituto Nacional contra la Xenofobia y la Discriminación) nos evaluara. En nuestra comunidad la expresión “los de afuera” incluye a un nutrido grupo de individuos que, por estar fuera de una línea divisoria, generalmente de límites muy antojadizos, no poseen el estatus ni los derechos de “los de adentro”.

Esta distinción es pertinente en cuando se considera un ámbito particular, como, por ejemplo, el religioso o deportivo. La asociación a un credo, un club o una empresa son acciones voluntarias. Estas entidades responden a una serie de estatutos que conforman el espacio virtual de pertenencia y se reservan el derecho de admisión y de exclusión. Pero esta categorización se vuelve violentamente discriminatoria cuando se aplica a la esfera política, demográfica o social.

Cuando se discute la conveniencia o no de un plan de desarrollo urbanístico, como el parque industrial,  a la hora de consensuar propuestas no podemos establecer discriminación alguna. ¿Quiénes son “los de afuera”? ¿Cómo puede ser “de afuera” un vecino con ideas políticas o prácticas religiosas diferentes? ¿Quién decide la pertenencia de las personas y la pertinencia de sus ideas a la hora de ejercer el derecho de planificar su futuro urbano?

Viéndolo así se me ocurrió enumerar una lista de verdaderos foráneos. Comencemos por los antagónicos. No es el diferente, es el que destruye, el que desparrama, el que carece de ética, el carroñero de miserias humanas, el que pretende el estado e excepción como norma. Siguen los dueños de verdades absolutas. 

Aquellos que consideran que por su condición superior tienen el derecho de juzgar, criticar y destruir opiniones que son contrarias a las suyas. Para ello utilizan amenazas apocalípticas y auguran días tristísimos con mitos históricos y verdades a medias. Un ejemplo es el pánico que se infunde para descartar otra opción política en el gobierno local. Otra vez se señalan a “los de afuera” como devoradores de cerebros y autonomías, capaces de dominar las decisiones de cada ciudadano. Yo me pregunto ¿no son acaso nuestros propios vecinos los que constituyen esas alternativas? ¿Afuera de qué están? ¿No se nutre la democracia con pluralidad? Sin lugar a dudas los de afuera son los que roban una escuela, los que especulan con el precio de la tierra o los que les conceden exenciones impositivas que tenemos que pagar todos los ciudadanos responsables.

Son de afuera los que, viviendo dentro de los límites, no construyen una sociedad plural y solidaria, exigiendo derechos y privilegios que no están dispuestos a conceder a nadie. Lo son aquellos que recurren a culpas recicladas para desentenderse de los compromisos, los que tiran la piedra y esconden la mano, los que se escudan en el anonimato para cuestionar lo que no se atreven a sancionar públicamente. O los que se adjudican el poder discrecional solo porque ostentan una función pública o religiosa, porque tienen  el auto más grande o el perro más intimidante.

Los de afuera, querido amigo, son los trazadores de líneas, los fabricantes de fronteras, los que se atrincheran en las tradiciones solo cuando les conviene o no les toca el bolsillo, manteniendo el pernicioso y esquivo fenómeno de la discriminación.

domingo, 10 de abril de 2011

Serenidad

Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para poder diferenciarlas. R. Niebuhr

Menapace escribió “que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan y que con las penas pasa al revés; se achican. Tal vez lo que sucede es que, al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para gozar de las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro.”

Pero hay veces en que el dolor, la impotencia, la rabia y el sufrimiento son demasiado grandes como para revertirse con alegrías previas. La muerte, que nos arrebata a quienes queremos o a aquellos distantes, nos recuerda la vulnerabilidad del hombre. Mientras escribo estas líneas una joven familia de Libertador llora la muerte de su hijita víctima de la imprudencia en las rutas. Un segundo fatal que marcó la historia de cada uno para siempre.

El 8 de abril una noticia sacudió la sensibilidad de todos.  “Río de Janeiro fue conmovido por la matanza de 12 adolescentes asesinados en una escuela pública de la ciudad. El autor, un perturbado mental de 23 años, consiguió dos revólveres que empleó contra los alumnos, 10 niñas y 2 niños de entre 12 y 15 años, antes de suicidarse al verse acorralado por la policía. Todos los testimonios coinciden en que el asesino, Wellington Menezes, huérfano de sus padres adoptivos y ex alumno de ese colegio -donde sufrió humillaciones y acoso escolar-, era un tipo reservado y solitario que se pasaba las horas navegando en Internet y consultaba páginas de fundamentalismo islámico.
‘Parecía una película de terror prohibida a menores’, contó uno de los que escaparon de la lluvia de tiros. Una de las cosas que más ha impresionado a la opinión pública ha sido el testimonio de los escolares. Una niña de 11 años recuerda que lo que más la asombró fue ver correr la sangre escaleras abajo mientras el loco seguía matando”, relata la crónica digital de El País.

¿Cómo el cerebro humano llega a concebir semejante conducta? ¿Son las horas de televisión, las películas violentas o las novelas de ficción las que alimentan esta demencia? Al buscar una explicación no podemos arriesgar teorías simplistas sino debemos preguntarnos: ¿cuánto vale la vida en la sociedad donde vivimos? ¿Cómo la protegemos? ¿Qué prioridad le concedemos a los vulnerables? ¿Cuáles son las formas en que ejercemos o toleramos la violencia?

“En ninguna otra situación como en el duelo, el dolor producido es total: es un dolor biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de otros) y espiritual (duele el alma). Toda la vida, en su conjunto, duele.” (Montoya Carraquilla)
Los accidentes y las tragedias sociales tienen componentes elementales que los constituyen. Se producen ante la suma de esos factores y la desafortunada combinación de circunstancias facilitadoras. El asesino de Río creció enfrentando el dolor del rechazo y la exclusión. Una sociedad individualista, que favorece la discriminación e ignora los problemas sociales, corre el riesgo de volverse insensible fomentando los desbordes de violencia. La prevención surge de la reflexión sobre nuestra valoración de la vida y el compromiso a defenderla.

Wellington Menezes no parecía trastornado. Un adicto a la velocidad tampoco. Sin embargo ambos comparten la misma exaltación, locura, insolencia y desprecio por la vida.

martes, 5 de abril de 2011

Mirar al futuro

Hace pocos días atrás el presidente del Uruguay, José “Pepe” Mujica, se presentó sorpresivamente al acto de condecoración que la embajada argentina en Uruguay otorgó a la ex vicecanciller y ex directora del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, María Bernabela Herrera Sanguinetti quien fue condecorada con la Orden de Mayo al Mérito en Grado de Gran Cruz por el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y el embajador Dante Dovena.

Luego del discurso de Herrera Sanguinetti el presidente Mujica declaró, con el tono pausado que lo caracteriza: “No me gusta un corno hablar del pasado. Francamente trato de mirar el porvenir desesperadamente. No soy hombre de lamentarme ni de lamerme las heridas, aprendí que en la vida hay deudas que nunca se pagan y cuentas que nunca se cobran, así es la vida”.

Mientras que los demás países de la región, haciendo apología del pasado, arremeten contra quienes consideran los responsables de sus penurias, justificando así su incapacidad de gobernar, resulta alentador escuchar un discurso con una apreciación del futuro tan admirable. Tengo la impresión que Mujica aspira a construir sobre bases nuevas, a probar otras alternativas, a hacer camino al andar, aunque sea sobre un terreno desconocido. Instala el compromiso de deshacerse de los lastres o de aquellos elementos que impiden avanzar anclados a costumbres, tradiciones y rencores.

Intuyo que la visión desesperada del porvenir, no tiene que ver con la pérdida de esperanza, sino es el enfático deseo de actuar, la impaciencia de ver transcurrir un prototipo de gobierno que diseña el futuro como quien proyecta un viaje con un destino concreto y no ve la hora de llegar a destino.
No podemos improvisar en política ni construir sobre modelos revanchistas. Las piedras que bloquean el camino, bien pueden resultar peldaños para escalar las alturas o cimientos para fortalecer las paredes.

La mirada desesperada al futuro impone desterrar las mentiras y los miedos; las amenazas espantosas y las verdades a medias. Exige concretar la equidad gobernando desde los vulnerables en un proyecto inclusivo y plural. Determina un examen reflexivo de cada acción, con la madurez suficiente como para retroceder sobre los pasos cuando se ha errado el camino o correrse al costado cuando se estorba.
Octavio Paz escribió: “Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo, del miedo al cambio”. Sostiene que “la palabra futuro es una palabra en decadencia.” Esa declinación del futuro agita la urgencia de rescatar un presente genuino y propio, dejar de esperar que las cosas ocurran por arte de magia o cierto exitismo ingenuo. Aunque así pareciera, la dignidad de los pueblos no se construye de manera impersonal, no resulta de la mera expectación o del devenir errático de los hechos, de la compilación de anécdotas ni de su repetición hasta distorsionar la verdad o perder la memoria y la identidad.
Tal visión de futuro no prevé el rescate de fórmulas caducas con acuerdos milagrosos o candidatos seductores, sino que estimula la búsqueda de un modelo político racional y eficiente.

No intentar una nueva historia con la excusa que ya todo está escrito, es como dejar escurrir la tinta en el papel porque se agotaron las palabras. Resucitar al ave Fénix solo traerá un desparramo de cenizas.