martes, 5 de abril de 2011

Mirar al futuro

Hace pocos días atrás el presidente del Uruguay, José “Pepe” Mujica, se presentó sorpresivamente al acto de condecoración que la embajada argentina en Uruguay otorgó a la ex vicecanciller y ex directora del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, María Bernabela Herrera Sanguinetti quien fue condecorada con la Orden de Mayo al Mérito en Grado de Gran Cruz por el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y el embajador Dante Dovena.

Luego del discurso de Herrera Sanguinetti el presidente Mujica declaró, con el tono pausado que lo caracteriza: “No me gusta un corno hablar del pasado. Francamente trato de mirar el porvenir desesperadamente. No soy hombre de lamentarme ni de lamerme las heridas, aprendí que en la vida hay deudas que nunca se pagan y cuentas que nunca se cobran, así es la vida”.

Mientras que los demás países de la región, haciendo apología del pasado, arremeten contra quienes consideran los responsables de sus penurias, justificando así su incapacidad de gobernar, resulta alentador escuchar un discurso con una apreciación del futuro tan admirable. Tengo la impresión que Mujica aspira a construir sobre bases nuevas, a probar otras alternativas, a hacer camino al andar, aunque sea sobre un terreno desconocido. Instala el compromiso de deshacerse de los lastres o de aquellos elementos que impiden avanzar anclados a costumbres, tradiciones y rencores.

Intuyo que la visión desesperada del porvenir, no tiene que ver con la pérdida de esperanza, sino es el enfático deseo de actuar, la impaciencia de ver transcurrir un prototipo de gobierno que diseña el futuro como quien proyecta un viaje con un destino concreto y no ve la hora de llegar a destino.
No podemos improvisar en política ni construir sobre modelos revanchistas. Las piedras que bloquean el camino, bien pueden resultar peldaños para escalar las alturas o cimientos para fortalecer las paredes.

La mirada desesperada al futuro impone desterrar las mentiras y los miedos; las amenazas espantosas y las verdades a medias. Exige concretar la equidad gobernando desde los vulnerables en un proyecto inclusivo y plural. Determina un examen reflexivo de cada acción, con la madurez suficiente como para retroceder sobre los pasos cuando se ha errado el camino o correrse al costado cuando se estorba.
Octavio Paz escribió: “Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo, del miedo al cambio”. Sostiene que “la palabra futuro es una palabra en decadencia.” Esa declinación del futuro agita la urgencia de rescatar un presente genuino y propio, dejar de esperar que las cosas ocurran por arte de magia o cierto exitismo ingenuo. Aunque así pareciera, la dignidad de los pueblos no se construye de manera impersonal, no resulta de la mera expectación o del devenir errático de los hechos, de la compilación de anécdotas ni de su repetición hasta distorsionar la verdad o perder la memoria y la identidad.
Tal visión de futuro no prevé el rescate de fórmulas caducas con acuerdos milagrosos o candidatos seductores, sino que estimula la búsqueda de un modelo político racional y eficiente.

No intentar una nueva historia con la excusa que ya todo está escrito, es como dejar escurrir la tinta en el papel porque se agotaron las palabras. Resucitar al ave Fénix solo traerá un desparramo de cenizas.

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