lunes, 19 de diciembre de 2011

La caja vacía


Fue un presente anticipado de navidad. De dimensiones precisas, bordes rectos y paredes lisas y bien decoradas. Pequeña, lo suficiente como  para caber en la palma de la mano. El celofán transparente, atado arriba por un moño elegante,  dejaba ver el contenido. Sin embargo conformaba la idea de un regalo intocable, es decir, que no se podía abrir hasta la fecha que representaba.

Quedé pensando en el significado, en la metáfora inherente. Evoqué algunas navidades de mi infancia. Algunas por el componente familiar, con imágenes distantes de abuelos, tíos y primos; otras por los regalos. Hubo ocasiones en que el regalo era evidente, más allá del envase. Es difícil disimular una bicicleta, especialmente si uno había participado en la elección… En otras ocasiones el envase no decía nada ni dejaba adivinar lo que había adentro. Empezaba el ritual de despegar las cintas, rasgar los papeles y descubrir, con sorpresa, asombro o decepción, el contenido. A veces la escena incluía mirar de reojo el regalo del otro y hacer las comparaciones, no siempre reservadas dentro de lo que impone la ética y diplomacia de las circunstancias.

Por eso, esta caja vacía, tiene un significado tan especial. Representa el afecto de las personas que me la regalaron. Son mis maestros, gestores del  transcurrir en la tarea de capacitarme en la docencia médica. Tiene un profundo significado implícito: sus expectativas, ¿con qué voy a llenarla?

Todo contenido necesita un continente. Toda esperanza, intención o deseo tiene algo parecido a un envoltorio, como un envase que le da forma, lo contiene y lo preserva. En las cuestiones propiamente humanas esas cajas vacías somos cada uno de nosotros.  Día a día vamos llenándola de cosas. Ponemos los anhelos de nuestros padres, seres queridos, y personas significativas. Ponemos ahí sus afectos, los recuerdos que el tiempo no puede borrar,  las experiencias y los resultados del ensayo y error que constituye el tránsito por la vida. También se acumulan y se depositan los sueños, deseos y proyectos. Algunos se sedimentan y quedan tan al fondo que tienden a degradarse y tornarse en frustraciones, pequeños aguijones que nos recuerdan, como una incómoda piedrita en el zapato, que en algún momento dejamos de creer en nuestra capacidad de hacerlos realidad.

La caja vacía también se llena de otros: amigos, maestros, amores posibles, pasajeros o definitivos y también desamores, brechas y soledades. A tal efecto solo puede llenarse mientras se mantenga la tapa abierta. Las cajas cerradas tienden a apilarse, a amontonarse para optimizar el espacio, para mantener el aspecto ordenado, para no desentonar. Sin embargo, aquellas que permanecen abiertas, aun  con el riesgo de perder la tapa, tienen la virtud de compartir el contenido.

Cada uno de nosotros irá llenando su propia vida de aquello que desee conservar y de lo que  le resulte difícil desprender. Podemos decidir entre ser meros objetos decorativos, ordenados y  alineados en alguna repisa, destinados a padecer la rutina de las costumbres o recipientes solícitos que contengan los aciertos y errores de la vida, en el intercambio de la perplejidad y el asombro de aquello que nos hace esencialmente humanos. Al final, cuando la tapa se cierre definitivamente y nos rodeen las sombras, irradiaremos luz por la plenitud del contenido que desborda.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Sobre carros y garrotes


Me crié en el campo. Donde vivía se utilizaban carretas tiradas por bueyes. Tenían dos ruedas gigantes que chillaban por el peso de la carga al ritmo lento que imponía la marcha cansina de la yunta de bueyes.

La geografía del lugar era irregular. Los cerros eran partidos por los caminos serpenteantes que subían y bajaban entre cimas y arroyos. Transitarlos con un carro requería de mucha destreza. Las subidas debían ser tomadas con calma. Mientras los bueyes iban ganando metros, el atento carrero, con una especie de garrote de considerable grosor, vigilaba que la fuerza de gravedad no venciera el cansancio de los bueyes. Si estos titubeaban y la  carreta amenazaba retroceder, ágilmente colocaba el madero detrás de las enormes ruedas para detenerla. Por eso se inventó un sistema por demás ingenioso que consistía en unos frenos rudimentarios. Era un par de zapatas de madera enganchadas por cabos a una palanca adosada a la lanza de la carreta, a la mano del carrero. Cuando era necesario se accionaba la palanca y las zapatas se apretaban al aro de acero de las ruedas, frenándolas. Se requería de mucha fuerza. Para optimizar el agarre se clavaban unas planchas de caucho de cubiertas viejas.

La semana pasada estuve en el juramento de los nuevos concejales municipales. Me preparé para una velada democrática. Creo que todos los concejales electos tienen su lugar bien ganado y encarnan la voluntad del electorado de Libertador San Martín de ser representados por ellos. Solemnes y elegantes, cada uno prestó el juramento de rigor. Luego se produjeron los nombramientos necesarios para el funcionamiento del concejo. La carta del menú no ofreció alternativas como para elegir, mucho menos para debatir. La comida estaba a punto y en bandeja. Lo cocinado se sirvió antes de conocer los gustos de los comensales o tomar pedidos.  No fui el único en tener la sensación de que algo no olía bien, reforzado por las palabras de cierre que invitaban a la participación, anodinas ante la evidencia.

Al final fui a saludar a cada una de las autoridades electas y sus familiares. A la salida uno de ellos me insinuó que no ponga palos en la rueda. Me tomó por sorpresa. No sabía a qué se refería, así que le pregunté. Era por la cuestión de las cifras que se manejaban para concretar las dietas de los concejales, a las que me opuse con sólidos argumentos de primera fuente. El contenido del intercambio de opiniones me recordó otras épocas de la Argentina. La soberbia, la descalificación y el recurso de amnesia selectiva ante la evidencia dejaron de ser sutiles.

Salí defraudado porque entré pensando que estábamos dejando atrás a políticos iluminados, que  no toleran la crítica ante su hipocresía e ineficacia. ¿Es que disentir con argumentos contundentes ahora se transformó en “palos en la rueda”? La democracia y la transparencia de la gestión se nutren de la participación y, sobre todo, el control que ejercen sus actores.  

No pude evitar evocar la imagen de las carretas de mi infancia. Cuando no podían ser frenadas (porque frecuentemente el sistema de frenos no era suficiente) y ante la posibilidad rodar sin control o desbarrancarse, el carrero colocaba el infaltable garrote entre los rayos de la rueda y la caja como un intento desesperado de evitar la catástrofe.

No, mi querido amigo, no hay palos en la rueda mientras el carro siga su camino y lleve la carga a buen destino. Pero cuando se transitan caminos escabrosos, tan cerca del precipicio, es bueno tener un  palo a mano, por las dudas.

lunes, 5 de diciembre de 2011

De niños y mentiras


Vamos a referirnos a la mentira que aparece con frecuencia en niños (entre nueve y once años) que tienen clara consciencia de ella y la instalan como parte de sus vidas. La mentira  a menor edad tiene otras causalidades, ese niño más que mentiroso es fantasioso. La mentira es un síntoma que requiere ser atendido. 
El niño que apela con asiduidad a la mentira está denotando que algo de su realidad inmediata no le está viniendo bien. Hay un sufrimiento agazapado en esa necesidad de mentir, de cambiar “el cómo son las cosas”.

Puede ser un llamado de atención claramente dirigido a los padres, a los maestros… Son las mentiras de “patas cortas” que se descubren con mucha facilidad.

Pero hay otras mentiras, elaboradas, con diversos argumentos que se encadenan y que pueden llevar un largo proceso para su descubrimiento.

A veces los chicos mienten para animarse a hacer cosas, para crearse como un “doble” de sí mismos, que se atreve a hacer lo que ellos no hacen.

La mentira suele crear una posibilidad nueva que genera entusiasmo, en un proceso en el que el entusiasmo y la motivación no son habituales.

Generalmente en un nivel más profundo de análisis de estas conductas encontramos sentimientos del orden de la tristeza, del inconformismo. Puede tratarse de situaciones de rivalidad fraterna, de dudas respecto al afecto parental, de necesidad constante y hasta abrumante de destacarse pero sin una salida exitosa del proceso.Hay un estado permanente de estar en busca de los que les falta sin valorar lo que tienen.

El humor como estado psíquico es cambiante. Son niños que requieren de un ambiente emocionalmente estable y reaseguros permanentes.

Hay familias en los que casi todos sus miembros componentes se destacan en algo. Exitosos transitan la vida como portando un lema que más o menos podría decir así: para pertenecer hay que triunfar. Esto significa que no hay mucha cabida para el que no se destaca, para el que en una escala de 0 a 10, es 5 ó 6.
De esta forma se va modelando un niño que avanza a marcha forzada, que trata de responder y cumplir con las expectativas, pero que al no llegar no accede a conocer la satisfacción personal.
Todo le demanda mucho esfuerzo (que nadie visualiza porque él trata que no se note). Y los resultados se encuadran en la “normalidad esperada como miembro de la familia” con poco espacio para el placer y mucho para la contracción al cumplimiento.

Estos chicos que se “sobreadaptan” a las pautas planteadas, hablan por síntomas, que pueden ser enfermedades , tristeza en forma de “chico serio” que no llama la atención de nadie, o la mentira en cierto ambiente específico como salida creativa.

Como padres es nuestra responsabilidad mirar, escuchar y pensar en nuestros hijos y lo que les puede estar preocupando. No pasemos por alto sus cambios de conducta, y aún cuando no sepamos “de qué se trata” el hecho de detenernos a ver que algo pasa, ya es el inicio de un proceso que se puede mejorar. Todo niño cuando se siente contenido, ya está un poco mejor.

El qué le pasa y cómo resolverlo puede requerir la ayuda de un especialista en estos temas y ese es un paso siguiente que requirió del anterior: la mirada y la escucha afectuosa de los padres.-