lunes, 5 de diciembre de 2011

De niños y mentiras


Vamos a referirnos a la mentira que aparece con frecuencia en niños (entre nueve y once años) que tienen clara consciencia de ella y la instalan como parte de sus vidas. La mentira  a menor edad tiene otras causalidades, ese niño más que mentiroso es fantasioso. La mentira es un síntoma que requiere ser atendido. 
El niño que apela con asiduidad a la mentira está denotando que algo de su realidad inmediata no le está viniendo bien. Hay un sufrimiento agazapado en esa necesidad de mentir, de cambiar “el cómo son las cosas”.

Puede ser un llamado de atención claramente dirigido a los padres, a los maestros… Son las mentiras de “patas cortas” que se descubren con mucha facilidad.

Pero hay otras mentiras, elaboradas, con diversos argumentos que se encadenan y que pueden llevar un largo proceso para su descubrimiento.

A veces los chicos mienten para animarse a hacer cosas, para crearse como un “doble” de sí mismos, que se atreve a hacer lo que ellos no hacen.

La mentira suele crear una posibilidad nueva que genera entusiasmo, en un proceso en el que el entusiasmo y la motivación no son habituales.

Generalmente en un nivel más profundo de análisis de estas conductas encontramos sentimientos del orden de la tristeza, del inconformismo. Puede tratarse de situaciones de rivalidad fraterna, de dudas respecto al afecto parental, de necesidad constante y hasta abrumante de destacarse pero sin una salida exitosa del proceso.Hay un estado permanente de estar en busca de los que les falta sin valorar lo que tienen.

El humor como estado psíquico es cambiante. Son niños que requieren de un ambiente emocionalmente estable y reaseguros permanentes.

Hay familias en los que casi todos sus miembros componentes se destacan en algo. Exitosos transitan la vida como portando un lema que más o menos podría decir así: para pertenecer hay que triunfar. Esto significa que no hay mucha cabida para el que no se destaca, para el que en una escala de 0 a 10, es 5 ó 6.
De esta forma se va modelando un niño que avanza a marcha forzada, que trata de responder y cumplir con las expectativas, pero que al no llegar no accede a conocer la satisfacción personal.
Todo le demanda mucho esfuerzo (que nadie visualiza porque él trata que no se note). Y los resultados se encuadran en la “normalidad esperada como miembro de la familia” con poco espacio para el placer y mucho para la contracción al cumplimiento.

Estos chicos que se “sobreadaptan” a las pautas planteadas, hablan por síntomas, que pueden ser enfermedades , tristeza en forma de “chico serio” que no llama la atención de nadie, o la mentira en cierto ambiente específico como salida creativa.

Como padres es nuestra responsabilidad mirar, escuchar y pensar en nuestros hijos y lo que les puede estar preocupando. No pasemos por alto sus cambios de conducta, y aún cuando no sepamos “de qué se trata” el hecho de detenernos a ver que algo pasa, ya es el inicio de un proceso que se puede mejorar. Todo niño cuando se siente contenido, ya está un poco mejor.

El qué le pasa y cómo resolverlo puede requerir la ayuda de un especialista en estos temas y ese es un paso siguiente que requirió del anterior: la mirada y la escucha afectuosa de los padres.-

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