Las guerras han sido y son un
problema endémico ligado a la historia de la humanidad, además de ser los
mayores aliados de la destrucción y el saqueo del patrimonio cultural.
Frecuentemente el objetivo perseguido con la destrucción de esos bienes
culturales es la aniquilación de la cultura del enemigo, y por ello, a menudo,
los actos de saqueo suelen dirigirse contra aquellos sitios que funcionan como
símbolos culturales, o aquellos que encarnan la identidad nacional, como
museos, archivos, iglesias, bibliotecas, etc. (Sarriegui).
Ya sea por cuestiones filosóficas
y estratégicas o, principalmente, por avaricia, Hitler y sus generales se
adueñaron de todas las obras de arte que pudieron robar a los museos y personas
de los países dominados. Lamentablemente gran parte del patrimonio artístico y
cultural fue destruido por ser considerado contrario al sistema o por
pertenecer a la clasificación de “Arte degenerado”, es decir un arte que no
reflejaba la perfección ideológica nazi.
Ante el avance aliado, todo el
botín de guerra fue oculto a 800 metros de profundidad
en una mina de potasio cercana al poblado de
Merkers, al suroeste de Berlín. La mina conocida como Kaiseroda contaba con 50
km de túneles y cinco entradas.
Fue
detectada en 1945 por soldados norteamericanos que escucharon rumores sobre el tesoro
oculto. En 48 horas dos oficiales del ejército americano verificaron lo que
probablemente sería el depósito más rico del momento. En sus túneles y cuevas
hallaron dinero, 8.527 lingotes de oro, monedas de oro, diamantes, perlas y otras piedras preciosas y
coronas dentales de oro robadas a las víctimas de los campos de concentración. El
Dr. Fung, entonces presidente del Reichsbank había escondido allí el 90% de las
reservas del régimen Nazi. Además el lugar resultó ser uno de los más grandes
depósitos de obras de arte, incluyendo pinturas e importantes libros.
Inmediatamente se convocó a la
Unidad de investigación del saqueo de la OSS (Office of Strategic Services).
Constaba de tres oficiales que poseían conocimientos de historia del arte:
James Plaut, Theodore Rousseau y Lane Faison quienes realizaron un inventario
completo del saqueo.
El gobierno de EEUU decidió tomar
ese tesoro en concepto de “compensación” por la guerra. Los oficiales que
estaban haciendo el inventario reaccionaron y sugirieron que las obras de arte
pertenecían a sus legítimos dueños y que confiscarlos era repetir el saqueo
Nazi. Pese a esta oposición, las obras de arte fueron llevadas a EEEUU. Llamativamente,
también el pueblo americano reaccionó reconociendo este hecho como ilegal,
presionando al gobierno para que las restituya. Luego de exponerlas al público para
mostrar el crimen cultural del Nazismo, fueron devueltas a Alemania. Hasta la
fecha se sigue buscando a los dueños o herederos de muchas de ellas.
Cuando priman nuestros mezquinos
objetivos, tenemos conductas similares. Si el precio conviene, no solemos
verificar el origen del producto o la legalidad del procedimiento. Surgen así
“las buenas causas” para justificar conductas inmorales, como el contrabando,
la evasión impositiva, el acomodo, los contratos laborales irregulares y
abusivos. El expolio arrebata hasta el buen nombre de las personas si priman
los intereses políticos, sociales o religiosos. Lo trágico es que, con el
tiempo, dejamos de considerar la ilegalidad del hecho para reclamarlo como un
derecho que se sustenta en la conducta de la mayoría.
Cuando el fin justifica los medios,
desaparecen los escrúpulos y la moral, se desvanecen los límites entre el
criminal y el santo, entre el benefactor y el ladrón.
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