lunes, 21 de noviembre de 2011

Expolio


Las guerras han sido y son un problema endémico ligado a la historia de la humanidad, además de ser los mayores aliados de la destrucción y el saqueo del patrimonio cultural. Frecuentemente el objetivo perseguido con la destrucción de esos bienes culturales es la aniquilación de la cultura del enemigo, y por ello, a menudo, los actos de saqueo suelen dirigirse contra aquellos sitios que funcionan como símbolos culturales, o aquellos que encarnan la identidad nacional, como museos, archivos, iglesias, bibliotecas, etc. (Sarriegui).

Ya sea por cuestiones filosóficas y estratégicas o, principalmente, por avaricia, Hitler y sus generales se adueñaron de todas las obras de arte que pudieron robar a los museos y personas de los países dominados. Lamentablemente gran parte del patrimonio artístico y cultural fue destruido por ser considerado contrario al sistema o por pertenecer a la clasificación de “Arte degenerado”, es decir un arte que no reflejaba la perfección ideológica nazi.

Ante el avance aliado, todo el botín de guerra fue oculto a 800 metros de profundidad en una mina de potasio cercana al poblado de Merkers, al suroeste de Berlín. La mina conocida como Kaiseroda contaba con 50 km de túneles y cinco entradas.

Fue detectada en 1945 por soldados norteamericanos que escucharon rumores sobre el tesoro oculto. En 48 horas dos oficiales del ejército americano verificaron lo que probablemente sería el depósito más rico del momento. En sus túneles y cuevas hallaron dinero, 8.527 lingotes de oro, monedas de oro,  diamantes, perlas y otras piedras preciosas y coronas dentales de oro robadas a las víctimas de los campos de concentración. El Dr. Fung, entonces presidente del Reichsbank había escondido allí el 90% de las reservas del régimen Nazi. Además el lugar resultó ser uno de los más grandes depósitos de obras de arte, incluyendo pinturas e importantes libros.

Inmediatamente se convocó a la Unidad de investigación del saqueo de la OSS (Office of Strategic Services). Constaba de tres oficiales que poseían conocimientos de historia del arte: James Plaut, Theodore Rousseau y Lane Faison quienes realizaron un inventario completo del saqueo.

El gobierno de EEUU decidió tomar ese tesoro en concepto de “compensación” por la guerra. Los oficiales que estaban haciendo el inventario reaccionaron y sugirieron que las obras de arte pertenecían a sus legítimos dueños y que confiscarlos era repetir el saqueo Nazi. Pese a esta oposición, las obras de arte fueron llevadas a EEEUU. Llamativamente, también el pueblo americano reaccionó reconociendo este hecho como ilegal, presionando al gobierno para que las restituya. Luego de exponerlas al público para mostrar el crimen cultural del Nazismo, fueron devueltas a Alemania. Hasta la fecha se sigue buscando a los dueños o herederos de muchas de ellas.

Cuando priman nuestros mezquinos objetivos, tenemos conductas similares. Si el precio conviene, no solemos verificar el origen del producto o la legalidad del procedimiento. Surgen así “las buenas causas” para justificar conductas inmorales, como el contrabando, la evasión impositiva, el acomodo, los contratos laborales irregulares y abusivos. El expolio arrebata hasta el buen nombre de las personas si priman los intereses políticos, sociales o religiosos. Lo trágico es que, con el tiempo, dejamos de considerar la ilegalidad del hecho para reclamarlo como un derecho que se sustenta en la conducta de la mayoría.

Cuando el fin justifica los medios, desaparecen los escrúpulos y la moral, se desvanecen los límites entre el criminal y el santo, entre el benefactor y el ladrón.

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