sábado, 28 de noviembre de 2009

Lo que nos hace humanos

René Descartes planteó: “Pienso luego existo” frase citada muchas veces en su versión latina “cogito ergo sum”. Aunque discutida, él la consideró “tan firme y segura que no la pueden conmover las más extravagantes suposiciones de los escépticos.” Ortega y Gasset decía: “La verdad es que no existo porque pienso sino al contrario, pienso porque existo, porque la vida me plantea crudos problemas inexorables.” Puede ser que Descartes se inspiro en Cicerón, que dijo: “Vivere est cogitare”, es decir: “Vivir es pensar”, una idea que puede encontrarse, también en san Agustín.
Desde la cosmovisión cristiana la diferencia que nos hace humanos es el toque divino exclusivo en el proceso de la creación y el precio pagado en circunstancia del rescate redentor. Y, si bien se percibe cierta soberbia, la posición de regentes de lo creado; lo cual nos remite también a una responsabilidad jerárquica, que en función del desastre ecológico contemporáneo pone en duda tal categoría y revierte la condición de humanos, es decir deshumaniza.
¿Qué es los específicamente humano? Desde la perspectiva psicológica se incorpora el concepto de “empatía”. Es preciso distinguir la empatía de lo que Dilthey llamaba comprensión. Ésta sería una labor racional en tanto que la empatía responde, más bien, a una emoción anterior al pensamiento con la que cada uno de nosotros tiende a perderse a sí mismo en los demás. Esto último implica la capacidad de ponerse en el lugar del otro, la de compartir una idéntica pasión y la de vivir sufrimientos y alegrías que nos son, en principio, ajenas.
La emoción puede aprenderse. De hecho, es la gran experiencia que adquirimos en la infancia. Así, todos somos conscientes del influjo educativo del ambiente familiar en el desarrollo personal y en la formación del carácter. Un componente importante son los medios. Cuando alguien ve una película deja en suspenso su juicio de realidad y acepta lo que la pantalla le muestra de un modo natural. La mirada de la cámara se convierte en su propia mirada aunque los movimientos de aquélla cambien con brusquedad de escena o de personaje. Nada extraña al espectador, que no se pregunta por qué se han dispuesto así las imágenes o por qué se cuenta de esta manera la historia, antes bien, tiende a adoptar el punto de vista del narrador sin poner condición alguna. El resultado es que va adquiriendo, a través de un proceso mental de imitación, las distintas visiones del mundo que los personajes muestran. Se trata de un fenómeno psicológico llamado “sutura” (Lacan).
Ante los últimos eventos violentos que involucran a menores en nuestro país es urgente plantearnos la pregunta acerca de lo que nos hace humanos, o mejor aún que nos deshumaniza. En un mundo mediático y urgente las respuestas son necesariamente plurales y las soluciones confusamente ausentes. Si somos lo que pensamos y somos porque pensamos, ¿no es hora de invertir nuestro mayor esfuerzo en ejercitar la mente? Si lo que nos humaniza es la empatía ¿Cuánto tiempo dedicamos a ponernos en el lugar del otro, compartir una idéntica pasión y vivir sufrimientos y alegrías que nos son, en principio, ajenas?

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