En los circos romanos, bestiario era el hombre que luchaba con las fieras. En la literatura medieval era un compendio de bestias, un catálogo que describía animales, plantas e incluso rocas. La historia natural y la ilustración de cada una de estas bestias se solía acompañar con una lección moralizante.
Mientras veía la noticia, traté de figurar la escena. El cuerpo de Jonathan semienterrado en una zanja, sangrando por las múltiples heridas, con el rostro desfigurado por la tortura. La providencia del vecino que alcanzó a escuchar los quejidos agónicos y apresuró la ayuda insuficiente para evitar la muerte. Un corazón que se negó a seguir latiendo partido de dolor y miedo.
Tenía 18 años. Era el gordito bueno del barrio. Salió a festejar el día de la primavera como tantos otros, como también lo hice a su edad. Quería estar con amigos, tal vez encontrarse con ese amor que parecía posible ayudado por la fecha y la ilusión…
Imaginé el momento de la noticia. Percibí el escalofrío inicial. La negación primera y la recurrente pregunta sobre la certeza, mientras los minutos se hacían horas en el camino hacia la confirmación contundente. Escuché el grito de dolor rasgando el silencio, estrujando el alma de esa madre desconsolada y atónita. Después la vi, con la mirada perdida y las manos temblorosas, recorriendo cada una de las múltiples heridas, los tajos, las puntadas, los desgarros; regando con sus lágrimas la sangre seca, para limpiar la tierra y los cascotes.
La noticia en los diarios era sucinta, insuficiente para ocultar el horror y la rabia, inútil para mitigar la impotencia o rescatar la vida. “Fue una muerte espantosa, estaba muy golpeado, ">le han hecho una tortura”, dijo la madre, pidiendo que “la Policía encuentre a los que han hecho esto”. La nota concluía: “En Mercedes ya había un antecedente de un joven muerto a golpes. En abril pasado, una patota de un colegio mató a golpes a un joven de 26 años que fue atacado a la salida de un boliche. Por el hecho habían sido detenidos cinco jóvenes. Esta "cultura de las banditas" es conocida en esa localidad ubicada a 100 kilómetros de la Capital Federal. Allí, todos saben que los grupos esperan el Día de la Primavera para enfrentar a los rivales.” (Clarin.com 23/9/10)
¿Qué está sucediendo? Si bien existe una percepción global del incremento de la violencia, hay suficiente evidencia sugiriendo que la misma habita en el ser humano desde el estreno de la historia. Como un Caín resentido se oculta en los genes de cada célula y se expresa brutalmente eliminando al diferente, aquel que sea distinto de formas y de ideas. Violencia que aparece en las guerras de conquista y la opresión del empleado, en los escenarios del circo romano y en las pantallas del living, en la garra fratricida del estado y la miopía de la justicia, en el mercantilismo despiadado y el individualismo feroz.
Sin embargo hay una violencia infame. Una que nos lleva a no interesarnos, a no sorprendernos a acostumbrarnos. Aquella que anestesia el alma y adormece los sentidos, convirtiéndonos en espectadores inmóviles.
Esa es la peor de todas.