miércoles, 8 de diciembre de 2010

“Un hombre enteramente inmoral no puede conocer nada en absoluto; para conocer una cosa tiene que amarse, esto es, hallarse uno virtualmente relacionado con ella" Thomas Carlyle

Hay cosas que suceden en este lugar que, sinceramente, no me vienen ni me van. Si los semáforos inteligentes pierden de a ratos la cordura, si el choripán se proscribe para demostrar quién manda en la cocina o si la mayonesa del vecinalismo se corta por exceso de limón o por carencia de huevos, no me sorprende, solo son historias pintorescas.
Pero me enfurece que se manoseen los intereses de la infancia, en particular cuando se violentan sus derechos, se distorsionan sus prioridades o se ignoran sus necesidades. La convención sobre los derechos del niño, vigente en nuestro país desde el año 1990, reconoce que las tradiciones y los valores culturales son esenciales para el desarrollo armonioso del niño. El artículo 31 establece que “los estados partes respetaran y promoverán el derecho del niño a participar plenamente en la vida cultural y artística y propiciarán oportunidades apropiadas, en condiciones de igualdad, de participar en la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento.”

Asistí al 2º Festival Folclórico de Puiggari donde pude disfrutar la actuación del Taller de danzas folclóricas “Raíces de Mi Estación”, ganadores del segundo premio en el XXXI Festival del Gurí Enterriano de Bovril el 13 de Noviembre. Las presentaciones confirmaron que la excelencia no es fruto del azar sino del esfuerzo colectivo coordinado por líderes capaces. Pero a la hora de los premios y reconocimientos, una espina se me clavó en el pecho. Esa noche supe que les cerraron las puertas del municipio. Para asistir al festival la ayuda vino de la Sra. Mary de Brambilla, directora de cultura de Crespo, hecho que fue publicado en el Observador del 21 de noviembre.
No voy a transcribir aquí las historias que me contaron los miembros del taller sobre la respuesta y los argumentos de las autoridades locales. Sin embargo bastan para cuestionar la moralidad e idoneidad de los funcionarios que, basados en absurdas ideas particulares, realizan una distribución discrecional de los recursos confiados por la sociedad.

Hace unos días, la presidenta de la nación Cristina Fernández afirmó en su visita a Colonia Avellaneda que “lo que queremos [es] mayor democracia para que todos tengan las mismas oportunidades, para que cada uno elija la vida que quiera tener”. Las crisis sociales surgen de la pérdida de identidad y del sometimiento antojadizo de las idiosincrasias. Cualquiera sea su vertiente, la cultura enriquece a los pueblos. Conforma un derecho que los gobernantes están obligados a proteger y proveer. Por eso, cuando es necesario buscar en ámbitos foráneos lo que se niega localmente, es desatinado considerar intrusos a los que ayudan desde afuera.

Para construir una sociedad saludable considero imperioso reflexionar y comprender que para gobernar hay que resignar los intereses personales, generando espacios sin exclusiones para la diversidad y la convivencia plural. Debemos dejar de mirarnos el ombligo y avanzar hacia la lucidez social, política y, esencialmente, moral. Si establecemos prioridades, no dudaremos en mirar a la niñez, con especial cuidado en no dejar pasar los esquivos momentos de las oportunidades. Para generar ciudadanos maduros y comprometidos debemos ejercitar la democracia aun desde antes de nacer. Ejercitar el pensamiento crítico, la cooperación solidaria y el desarrollo de las habilidades individuales en un contexto colectivo son una buena alternativa que, casualmente, se resume en la danza.

Hay una sola infancia que pasa fugaz, que no puede esperar. Gabriela Mistral escribió: “Muchas cosas que necesitamos pueden esperar. El niño no puede. El momento es justo ahora. A él no podemos contestarle ‘mañana’, su nombre es Hoy”.

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