“Llamo espíritu guerrero a un estado de ánimo habitual que no encuentra en el riesgo de una empresa motivo suficiente para evitarla” José Ortega y Gasset
Desde el sábado descansa. Cerró los ojos a la hora en punto. No me sorprende. Recibí la noticia en un encuentro fortuito pero preciso, seguía estando en el momento justo.
La última vez que estuve con él, tuve el honor de sostener el vaso de agua mientras bebía. La tos interrumpía sus frases. Respiraba con dificultad, sin embargo sus ojos brillaban con esa chispa de vida que alumbró el destino de los que fuimos sus alumnos.
Quienes lo conocimos en su función docente fuimos privilegiados. En los años compartidos no lo tuve de profesor en el aula, pero sí de maestro en la vida. Ágil de mente y cuerpo acompañó el camino hacia la adultez de quienes llevamos su recuerdo. Marcó huella con el ejemplo. Estuvo siempre a la distancia precisa para mantener la asimetría que exigía su cargo y posición, es decir, al alcance de la mano, de la necesidad o del regaño oportuno. Supo dar el toque necesario al timón de nuestro barco para marcar rumbo hacia destino seguro, entonces era duro, inflexible, pero nunca distante. Fue clarísimo al razonar sobre las excepciones y convincente al exigirnos responsabilidades. Nos legó su estoicismo frente a los desafíos y las críticas y la serenidad ante las crisis.
No recuerdo sus sermones, prédicas o teorías. Éramos su equipo y él, nuestro líder. Pragmático hasta los tuétanos arremetía contra lo imposible codo a codo. Nos enseñó a ver con sus ojos más allá de las montañas de dificultad. En la peor de las tormentas podíamos sentir el calor del sol en la picardía de sus ojos inquietos. Su vocación de luchador era suficiente evidencia para convencernos de lo pasajero del mal tiempo, del beneficio de la lluvia, de la entereza necesaria para asumir lo irremediable. Nos enseñó que no es cobardía caer, sino permanecer caído.
Me duele ver como se extingue su especie sustituida por burócratas estancados en la comodidad de sus logros; aturdidos por el culto a la jerarquía y los méritos académicos. La evidencia es la distancia entre palabras y hechos, propuestas y compromiso. No sorprende la proscripción de la crítica, el cultivo de la obsecuencia, la amalgama conformista y los estereotipos históricos; marcar tarjeta a la hora exacta, ocultar los beneficios de la elite.
Era inquieto, porque para hacer camino al andar no se puede permanecer inmóvil. Ahora que descansa resulta más abrumadora la pavorosa ausencia de curiosidad de nuestros días, la falta de agitación, el exceso de quietud, la sumisión extrema, el andar cansino, los sueños difusos y la líquida fluidez de los ideales.
No voy a asistir a su funeral. Me resisto a verlo quieto, rígido. Sé que nos despedimos aquella siesta mientras sostenía el vaso de agua sentado en su cama de hospital. Los que fuimos honrados por la vida al conocerlo y heredar sus ideales alumbraremos con la llama que supo encender en cada uno, extendiendo ese camino de luz y compromiso, tan urgente en nuestros días.
Descansa en paz guerrero. Los territorios conquistados a la ignorancia son la herencia que legaste, la pasión por los desafíos la antorcha que nos encomendaste llevar con los ojos abiertos, los brazos dispuestos y una fe inquebrantable en la Fuente de luz verdadera.
En memoria del profesor Isidoro Gerometta, verdadero maestro de maestros