sábado, 12 de diciembre de 2009

Sobre el derecho al ocio

Una de las características significativas del hombre es la sobrevaloración del tiempo. Frases como “perder el tiempo”, “aprovechar el día”, “el tiempo es oro” nos delatan desde el lenguaje. En su poema “Si”, Rudyard Kipling expresa: “si puedes emplear el inexorable minuto recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.”
Algunas compañías han calculado las pérdidas que representan las interrupciones llegando al 30% de la actividad productiva, con un costo de 650.000 millones de dólares anuales para las empresas de EEUU. No podemos distraernos porque eso cuesta. Deseamos optimizar tanto el tiempo que la palabra ocio tiene una connotación negativa. Desde la perspectiva sanitaria surge una realidad diferente: el ocio es un componente de la salud.
Nuestra cultura incorporó la administración del tiempo como la necesidad de hacer más cosas en menos tiempo. Incluso, emulando a las máquinas, hacemos varias tareas a la vez; somos seres multitarea. Caminamos hablando por teléfono, viajamos contestando nuestro correo, almorzamos con la TV con el pretexto de informarnos mientras tanto, estudiamos escuchando música y dejando el Messenger abierto para estar en contacto con amigos, etc. Y es precisamente esta práctica la que nos mata literal y metafóricamente: hablar por celular y conducir es una de las causas más frecuentes de accidentes automovilísticos, caminar escuchando música con auriculares se relaciona con injurias leves a graves por distracción.
El cerebro humano es predominantemente monotarea. Podemos hacer una cosa a la vez, dedicando nuestros sentidos y concentración. Al multiplicarse las actividades simultáneas, cae la atención y se debilita la calidad de los procesos. Y aunque la tecnología se empeñe en ofrecernos esta alternativa, el resultado de estudiar, mirar TV, contestar el celular y estar “on line” trae como consecuencia la pérdida de atención en perjuicio del aprendizaje. En la infancia el efecto es más perjudicial porque las investigaciones concluyen que esta modalidad de estímulos diversos y coincidentes solo produce hiperactividad y disminución del rendimiento intelectual y de la calidad. No es una paradoja que la hiperactividad característica de nuestra época vaya asociada a un deterioro de la atención. El trastorno por déficit de atención e hiperactividad tiene un componente genético, pero encuentra en estas condiciones ambientales el espacio propicio para su expresión; puede ser este el elemento que explique el incremento alarmante de este trastorno a nivel global.
El deseo de abarcarlo todo, de hacer más cosas, de quedar bien al negarnos a reconocer nuestras limitaciones y prioridades, nos expone a los efectos perniciosos del estrés y la frustración por no alcanzar los niveles óptimos de realización personal.
En esta época en la que programamos vacaciones y hacemos la lista de las cosas pendientes incluyamos en ese inventario un tiempo para el ocio, para el “placer de no hacer nada”, compartiendo con los queridos un momento de solaz, de disfrutar la existencia, esforzándonos por hacer una cosa a la vez.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No todo lo que confrontamos se puede cambiar, pero nada se puede cambiar hasta que no lo confrontamos. Llega un momento que si no vivimos como pensamos, pronto comenzamos a pensar como vivimos! Exelente lo que escribiste, no podria estar mas de acuerdo con vos.

lorena. dijo...

Me salio "el anonimato" sin querer.Doy la "cara" en esto...un abrazo, Lorena.