martes, 10 de mayo de 2011

Sucedáneos

“La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio.” E. White

Luego de leer esta cita me puse a buscar los sinónimos de la palabra piedad. Encontré caridad, misericordia,  clemencia, altruismo, virtud, beneficencia y compasión entre otros.
Pablo, el apóstol, le escribe a Timoteo advirtiéndole que en los últimos días de la historia “habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanidosos, soberbios, detractores, desobedientes á los padres, ingratos, impíos, sin afecto, desleales, calumniadores, destemplados, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, arrebatados, engreídos, amadores de los deleites más que de Dios.” Asegura que tendrán “apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella”.  Son tan peligrosos que Pablo sugiere evitarlos.

Los acontecimientos políticos locales y las noticias del mundo de la semana pasada sustentaban su visión. Desde los festejos desmesurados por el asesinato justiciero de un terrorista mundial y la macabra exhibición de la matanza hasta la toma de un colegio por alumnos que reclaman el derecho a la educación suspendiendo las clases. La TV mezclaba esto con la euforia local por eliminación de los equipos brasileros de la copa Libertadores, la parodia del elenco de bailando por un sueño y las casi verdades de la tanda publicitaria.  Todo quedaba al mismo nivel en esta mezcolanza que repite el Cambalache de Discépolo.

Hay una especie de sociedad líquida, sintética y viscosa que hace culto a la imagen que fabrica de sí misma mientras la realidad se desdibuja incierta. Así como un niño asume que el cajero electrónico escupe plata ante el conjuro mágico de la clave correcta y no percibe el esfuerzo del trabajo que generó el salario, paulatinamente asumimos premisas incompletas que desplazan y sustituyen a la verdad. Sin embargo, a la par que remarcamos los puntos en que somos diferentes, procuramos diligentemente mimetizarnos, confundirnos con el montón.  Si reclamamos alguna condición diferente o estamos en desacuerdo, preferimos hablar con voces ajenas o relegarnos al rencor y la queja subyacente y anónima.

Me incomodan las imitaciones, las falsificaciones y los mimetismos. Me puse particularmente sensible hace años cuando revisé la fórmula de unas salchichas vegetales. Muchos pacientes se intoxicaron con aquel producto que era más perjudicial que el alimento que pretendía sustituir. Creo que a veces nos confundimos al generar substitutos de aquello que rechazamos o consideramos inadecuado, desvirtuando la razón primigenia, el motivo por el cual hacemos o dejamos de hacer algo. ¿Somos tan diferentes y buenos como asumimos que somos? ¿Por qué las comunidades vecinas que nos consideran buenas personas son reticentes a incorporar nuestro estilo de vida? Alguien dijo que no somos lo que pensamos que somos, sino lo que creemos que los demás creen que somos. Podríamos, sin saber, estar sustentando la copia.

En algún caso la lista de sucedáneos podría resultar patéticamente inocente. Pero ¿qué ocurre cuando nuestra conducta se mimetiza? ¿Qué funestas consecuencias tiene para nosotros y la comunidad en la que nos movemos una fe virtual, un estilo de vida para las visitas o los escaparates? ¿Hasta qué punto los sucedáneos con los que tratamos de convencernos terminan sustituyendo a la piedad verdadera negando su eficacia?

¿Se justifica la falta de misericordia por razones urbanas, geográficas, políticas o jerárquicas? Lo que más necesita el mundo en nuestros días podría estar al alcance de una plegaria, clamando al Creador que reavive la caridad en nuestro medio, empezando conmigo.

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