domingo, 21 de marzo de 2010

Atahualpa

Corría el año 1500 en Sudamérica. Los españoles motivados por la leyenda de “El Dorado” buscaban desesperadamente sus tesoros; el pretexto era la cristianización de los indios paganos. Los súbditos de los reyes católicos avanzaban con la cruz de Cristo y la cruz de la espada, enceguecidos por la ilusión del oro, la conquista y el poder.
En lo que hoy es Perú se encontraron con una civilización que, por sus características, hacía sospechar que habían llegado a destino. El imperio incaico poseía una infraestructura vial y de comunicaciones que duplicaba a la europea, un sistema de reforma agraria que abastecía de víveres a la población disminuyendo las disputas internas por la posesión de la tierra y un ejército que hacía temblar a más de un general español. Aunque no conocían el hierro, sus construcciones de piedra eran perfectas, sus sistema calendario infalible y sus prácticas religiosas complejas y brutales a los ojos europeos.
En ese año nacía Atahualpa quien, en 1532, sería emperador del imperio Inca. Era estratega y militar. Logró vencer a Huáscar en 1532 en Quipaypan, cerca de Cusco, tras lo cual se proclamó Inca o emperador. Después de haber ganado la guerra se dirigió a Cajamarca para conocer a los españoles. Allí, en una emboscada española que mató a 20.000 soldados, fue hecho prisionero por Francisco Pizarro. En prisión se le permitió seguir administrando el imperio, aprendió a leer y escribir, también mantuvo una relación amistosa con su captor. (El síndrome de Estocolmo es bastante antiguo)
Estando preso, Atahualpa ofreció a cambio de su liberación llenar dos habitaciones de plata y una de oro "hasta donde alcanzara su mano", además de mujeres, entre ellas, su propia esposa Cuxirimay Ocllo quien fue traída desde el Cuzco y se casó posteriormente con Francisco Pizarro. Los españoles aceptaron y de inmediato se mandó la orden a todo el imperio inca de que enviasen la mayor cantidad posible de oro y plata hacia Cajamarca. Después de cumplir su parte los españoles lo sentenciaron a muerte por idolatría, fratricidio, poligamia, incesto y lo acusaron de ocultar un tesoro.
Se le concedieron las dos últimas opciones: ser bautizado como cristiano y luego ahorcado o ser quemado vivo. Al escoger la primera opción fue bautizado con el nombre cristiano de Francisco. Fue ejecutado el 26 de julio de 1533. La noticia de su muerte originó una gran anarquía, iniciando la caída del imperio. Fue enterrado en la iglesia de Cajamarca pero unos días después su cadáver desapareció misteriosamente; probablemente sus súbditos lo profanaron para momificarlo y ocultarlo.
Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina escribe: “Somos todos prisioneros. Quien no está preso de la necesidad está preso del miedo.” Como el Inca ofrecemos y recibimos propuestas para nuestra liberación. Promesas laborales, salarios posibles, adjudicaciones preferenciales, exenciones antojadizas, reducción de las sanciones y una larga lista de etcéteras son canjeadas por sangre, sudor y lágrimas, la delación o el silencio cómplice; para descubrir tristemente que, luego de pagado el rescate, tenemos la soga al cuello y al verdugo desmemoriado sonriendo cínicamente.

La muerte de Atahualpa nos deja una advertencia a la hora de negociar nuestros derechos. El conquistador ávido de poder seguirá ofreciendo promesas redentoras dispuesto a no cumplirlas. La historia recuerda que esto se aplica al ámbito laboral, educativo, político y religioso.

2 comentarios:

Ana Lopez Acosta dijo...

Qué se puede comentar a lo que escribiste Piru....Qué lo parió!

Nestor Zawadzki dijo...

Parir la America Latina generó dolores de parto con gemidos que reverberan a traves de los siglos... tanto que parece que nos acostumbramos.
Huxley decia que el sonido de los gritos y el dolor viaja a 300 metros por segundo, luego de un par de segundos resultan inaudibles...