domingo, 14 de marzo de 2010

El derecho a la vida digna

“El mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que dejan matar” José Ortega y Gasset
La muerte es un componente inseparable de la vida. Empezamos a morir el día en que nacemos. Como lo expresa Savater, el mismo Dios que prohíbe matar ha establecido que la muerte es el precepto universal que, sin embargo, prolonga la vida: morimos para que los demás vivan.
Ante la muerte, como sobrevivientes, tenemos diferentes reacciones. Es notable que aceptamos con mayor resignación las defunciones por accidentes o fenómenos naturales que los decesos por enfermedades crónicas. Incluso honramos la muerte que entendemos digna: morir por la patria, por las ideas o contra ellas.
Hay muertes que por lejanas nos parecen intrascendentes aunque sus números espantan. Entre 1900 y 2007 los países con mayores víctimas por desastres naturales fueron China, India, Rusia Bangladesh y Etiopía, con cifras que van, en el mismo orden de 12.619.280 a 415.837 personas.
Quienes nacen en Canadá, Suecia o Inglaterra tienen una esperanza de vida de casi 6 años por encima de la nuestra. En este sentido contribuyen las condiciones ambientales, la protección de la salud con medidas preventivas y la asistencia médica universal calificada y accesible. En contraste nuestros sistemas de salud, cuyo criterio de prestación es la rentabilidad por encima de la calidad, no estimulan de hecho la medicina preventiva.
En materia de sobrevida la atención oportuna juega un rol preponderante. Desde que los servicios de bomberos y emergencias incorporaron los nuevos protocolos de atención en trauma, disminuyeron la mortalidad y las secuelas. En nuestro pueblo carecemos de ambos (y no me refiero a mortalidad o secuelas). Hace más de dos décadas el Sanatorio Adventista tenía un servicio de ambulancia que acudía a los llamados; la rentabilidad obró su desactivación. Fui el médico que hizo el primer traslado a Bs. As. en la ambulancia municipal bajo el gobierno del Prof. Morales; corrió la misma suerte. Lo que tenemos es la ambulancia del Centro de Salud de Puiggari la cual está habilitada solamente para realizar traslados de pacientes que no pueden desplazarse por sus medios a servicios de mayor complejidad, carece de personal de salud acompañante imprescindible para la atención de pacientes en riesgo, inestables o para consultas en domicilio. En fin, nuestro pueblo necesita servicios de urgencia con infraestructura accesible y eficaz. Pese a que la población se triplicó ¿por qué estamos más desprotegidos que hace 20 años? ¿Por qué los Centros de Salud de Strobel o Sauce Montrul ofrecen un servicio más amplio y eficiente? ¿Porqué las autoridades del gobierno provincial siguen convencidas que la salud pública en L. S. Martín se resuelve en manos privadas? ¿Es responsable el gobierno o cada uno de nosotros? ¿No es acaso nuestro voto el que elige al gobernante con mejores proyectos de gobierno y nuestra vigilancia la que lo obliga a cumplirlos? Somos todos responsables. Mientras votemos con una venda en los ojos tendremos exactamente lo que merecemos.
Gustavo Adolfo Bécquer amplió la definición de muerte cuando escribió que “no son muertos los que en dulce calma, la paz disfrutan de la tumba fría, muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía”. Algunos toman decisiones.

5 comentarios:

Ana Lopez Acosta dijo...

Néstor: creo sumamente complejo el tema
"la venda en los ojos para votar".
Parto de que es absolutamente necesaria la vigilancia sobre los represantes, y el asumir como un compromiso trascendente el "acto de elegirlos" y no tengo dudas de que la educación junto a la cultura son el modo más eficaz de generar ciudadanos responsables, libres, etc.
Pero vuelvo al tema de la venda para votar y le agregaría el chaleco ( químico, real e imaginario) que impide vigilar a nuestros representantes y organizarnos para ello.
Es más, creo que ellos nos "vigilan y castigan" parafraseando a Foucault en " Vigilar y castigar"

La génesis de "la venda y el chaleco" es desarrollada, para mi gusto, magistralmente por Michel Foucault en varios libros, "La microfísica del poder", " Los intelectuales y el poder" " La vida de los hombres infames", etc
Pego un enlace para aquel que le interese el tema.

Un beso grande

Nestor Zawadzki dijo...

Gracias Ana por tus comentarios y entriquecerme con las ideas de M. Foucault.
Estimula saber que se pueden correr las vendas y tener, aunque sea mínimo, un destello de luz.
Por otro lado la luz tambien atrae a las polillas que se achicharran en el fuego.
La solidaridad consiste en señalar las luces fatuas y la trampas mortales a quienes estamos en el camino.

Ana Lopez Acosta dijo...

Me quedé enganchada con la descripción de solidaridad que hacés.
Si, la solidaridad, para mi gusto, es eso . No lo había pensado desde ahí, pero si. Gusta tanto a nuestra vanidad que nos digan que tenemos razón, que vamos por el buen camino, que somos unos genios/as y como bien decís...es tan poco solidario no marcarle al otro. al amigo, al compañero, lo que se ve desde afuera, lugar que uno - por una cuestión obvia, física elemental- no puede ocupar. Debería ser una práctica extendida, pero creo que la vanidad y la extrma sensibilidad en las relaciones interpersonales está creciendo tumoralmente...
Un beso

Ana Lopez Acosta dijo...

Te agrego Piru, que cuando leí por primera vez, la vida de los hombres infames, de Foucault y más tarde otras descriciones de las instituciones hospitalarias me dió una sensación extraña...uno lo siente, lo intuye...pero verlo así descrpto, es jodido...

Nestor Zawadzki dijo...

Buenisimo, Ana, lo tuyo: la susceptibilidad podria ser un nuevo "marcador tumoral"... A veces nos doblamos tanto bajo el peso de la vida como ante la soberbia de los poderosos (o el servilismo "necesario")que terminamos mirandonos el ombligo y perdemos la referencia. Lo mismo pasa cuando los espejos solo nos devuelven la imagen que queremos ver...