martes, 12 de enero de 2010

Las ventanas de Villaoscura I

Cuento de Josefina Plá


María Josefa Teodora Plá Guerra-Galvani 1909 – 1999
Nació en Islas Canarias, España y vino al Paraguay en 1926 donde escribió mas de 100 relatos para niños. Su obra, además, incluyó otros géneros literarios como la poesía, narrativa, teatro, critica literaria, ensayos, historia, periodismo, como así también otras manifestaciones artísticas entre las que se encuentran grabado, dibujo y cerámica.
Este cuento se incluye en la única obra de cuentos infantiles “Maravillas de unas Villas” (Asunción, Casa de la Cultura, 1988)

Villaoscura era un pueblo muy antiguo y muy raro. Nadie sabia por qué era así, porque como era tan viejo, nadie se acordaba de cómo, de cuánto ni quién lo había construido en una forma tan extraña Las casas eran redondas, no cuadradas todas eran iguales: y además, ninguna tenia puertas ni ventanas; pero todas tenían azotea, y en la azotea una abertura en la cual se apoyaba una escalera para bajar y subir al piso. Por fuera, había otra escalera para subir y bajar a la calle desde la azotea.

Otra cosa muy extraña era que a Villaoscura no había llegada la luz artificial; los villaoscurinos no conocían faroles, quinqués, ni candeleros. Y así de noche no podían hacer nada e inclusive de día dentro de las casas andaban a los tropezones.

Y así es como después de siglos de andar dentro de casa a oscuras y mirar hacia arriba buscando la escotilla que era su única claridad, las cabezas de los villaoscurinos no eran ya como las de todo el mundo. Las llevaban atravesadas sobre el cogote, de modo que los ojos y por supuesto, las narices y la boca, miraban siempre hacia e1 techo; la barbilla era a manera de una proa y era lo primero con que tropezaba uno cuando se encontraba con un villaoscurino.

Naturalmente, los villaoscurinos no podían mirar delante de sí; de manera que los amigos, vecinos, maridos y mujeres no se conocían sino por la voz, y los padres, pasados los primeros años (cuando podían levantar a los chicos en. alto) ya no sabían qué cara tenían sus hijos. Además, cuando llovía les entraba la lluvia por las narices a raudales, y tenían que callar todos, porque si hablaban tragaban agua. La cosa sin embargo tenía sus ventajas Por ejemplo, los villaoscurinos miraban cuanto querían el cielo sin peligro de tortícolis: y sabían mucho de las estrellas, aunque en cambio sabían muy poco de lo de: la azotea abajo.

En otros tiempos cada casa tenía su número. Pero andando los siglos, y a medida que la cabeza se les desquiciaba sobre el cogote, los villaoscurinos fueron dejando de ver los números, y de aquí vinieron problemas mayores. Con la dificultad de distinguir la casa propia, a cada momento se metía uno en la ajena.

Al comienzo, esto traía discusiones tremendas, y todo e1 mundo andaba por lo menos una vez por semana a los gritos y los puñetazos; pero con los años se fueron acostumbrando a ello. Ya nadie protestaba cuando al meterse en la cama se la encontraba ocupada por otro vecino, o cuando un ama de casa se topaba con una vecina comiéndosele su carne asada mientras murmuraba:

-¡Qué extraño!: yo hubiese jurado que hoy estaba cocinando pescado.

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